Xabi Glovsky tiene nueve años y vive en Los Ángeles.

Xabi es un chico con suerte. Tiene por padre a un hombre extraordinario.

No porque sea un abogado que ha fundado su propio despacho y que defiende y gana casos de costa a costa.

No porque su pasión sea defender a ciudadanos corrientes frente a corporaciones que se sienten intocables.

No porque su idea de la Justicia es que David vale tanto como Goliath.

Scott Glovsky es extraordinario porque le ha enseñado a Xabi que imposible no es lo que no se puede hacer.

Imposible es sólo aquello que nadie ha hecho aún.

Desde que Xabi nació, Scott le arrullaba canturreando baladas de Bruce Springsteen hasta que se dormía. Scott adoraba su música y estaba decidido a transmitir esa fuente de felicidad a su hijo.

Hace pocas semanas supo que Bruce Springsteen iba a tocar en el LA Sports Arena. Así que  decidió regalarle a su hijo la experiencia evangélica del primer concierto de su vida.

Sin embargo, al día siguiente Xabi tenía que ir a la escuela. Si iban al concierto, Xabi se acostaría mucho más tarde de su hora. Y difícilmente estaría descansado para ir a clase.

Pero Bruce está en la ciudad. Y Xabi no volverá a tener nueve años.

Los ojos atónitos de un niño sólo brillan una vez con el asombro de la primera vez.

Scott, el abogado que cree en la ley y en las reglas, sopesó el dilema. Y se enfrentó al caso como cada día: con idealismo e imaginación.

Compró las entradas y una cartulina blanca. Y preparó con Xabi una pancarta que decía: “Bruce, mañana llegaré tarde a la escuela. ¿Me firmas una nota?”

Se situaron frente al escenario, a pocos metros de la barrera de seguridad. Exactamente donde la marea de fans se agolpa y docenas de ellos ondean pancartas donde han manuscrito el título de una canción.

La idea es que el propio Bruce pueda leer esos títulos, y en un momento dado del concierto se acerque a ellos, elija y decida tocar precisamente esa canción.

Decenas de miles de entradas vendidas. Miles de fans frente al escenario. Docenas de títulos de canciones agitándose en el aire.

Y allí está Xabi, subido sobre los hombros de Scott, con un cartel que dice que mañana llegará tarde al cole. Un niño de nueve años sin mejor excusa que las canciones con las que su padre le dormía.

Los conciertos de Bruce suelen durar más de tres horas, y pese a sus 66 años, no suelen tener pausas.

Esa noche, como todas las noches, Bruce se acerca al borde del escenario sudando como un perro y toma algunas de las pancartas de sus exaltados fans.

Sólo una de esas canciones va a ser interpretada. El suspense de no saber cuál forma parte del show. Sólo hay una cosa segura: un fan dormirá hoy más feliz que los demás.

En un cambio de guitarras, Bruce habla con uno de sus asistentes. Le señala a donde está el niño que mañana llegará tarde al cole. Les pide que no se vayan después del concierto. Les invita a su camerino.

Aún ensordecidos y agotados, ni Xabi ni Scott saben qué palabra pronunciar. Pero allí están, enmudecidos frente a un mito universal, vestido de negro y empapado en sudor, que les dice: “he oído que necesitas una nota, ¿cómo se llama tu profesora?”

Las palabras exactas que la señorita Jackson leyó al día siguiente, del puño y letra de Bruce Springsteen, fueron:

“Querida señorita Jackson: Xabi ha estado rocanroleando hasta muy tarde. Por favor, discúlpele si se retrasa un poco. Firmado: Bruce Springsteen.”

Decenas de miles de entradas vendidas. Miles de fans enfebrecidos. Docenas de pancartas agitándose. Todas distintas, cierto. Pero cada una con un mensaje idéntico al contiguo. Toca mi canción. Por favor, toca mi canción.

Diferente

No es sólo la fe de creer en lo extraordinario. Es la inteligencia de hacerte diferente. De encontrar el atajo al corazón. De convertirte en único entre una masa que comparte una misma desesperación: hacerse notar.

Ese milagro no se obra cuando gritas más. Sino cuando cambias la conversación. Cuando te conviertes en una voz clara entre el griterío.

Xabi jamás olvidará la noche que su padre le enseñó que imposible es sólo un estado de la realidad previo a la aparición de una sorpresa.

En efecto, Xabi es un chico con suerte. Tiene un padre extraordinario, que sabe qué es de verdad lo importante.

¿Y Bruce?

Bueno, Bruce no sólo es un genio. También es padre y tiene un corazón enorme.

 

 

Jordi Carreras