Hace unos días recibí una de estas gratas peticiones de change.org sobre un tema que me interesa mucho. Jesús España, atleta campeón de Europa de 5.000 metros, quiere que “se sepa toda la verdad sobre el dopaje en España”.

 

Básicamente, lo que pretende el más español de nuestros atletas (lo siento, no lo he podido evitar) es que la Audiencia Provincial de Madrid no destruya las pruebas incautadas en la Operación Puerto y podamos saber a ciencia cierta a quién pertenecen las bolsas de sangre y quiénes son los tramposos.

Parece lógico. Pero no está tan clara la cosa. 31 atletas han dado positivo cuando se han vuelto a analizar con la tecnología actual las muestras de Pekín 2008. Y el tema Lance Armstrong ya ha dado para una confesión en Oprah, dos documentales (recomendables los dos) y un biopic (regulero, con un problema de casting: el actor que interpreta al ciclista texano es Torrebruno mal encarao). O sea, que en cuanto nos ponemos a remover un poco el pasado, caen como moscas. Pero, ¿hasta cuándo hay que remontarse? Si a ti no te pillaron en su momento, teóricamente quiere decir que estabas compitiendo según las reglas. ¿Se pueden quitar todos los títulos a toro pasao?

En mi opinión, no. Si has sido lo suficientemente listo como para llevar tu preparación al límite de lo que permite el reglamento (como decía el gran Primitivo Rojas, sin pasarse) y no te han pillado, pues tú tienes bastante morro pero la organización lo ha hecho fatal al no cazarte. Porque todo esto es una gran hipocresía: todo el mundo se dopa de alguna manera, depende de dónde pongas la vara de lo que es dopaje y lo que no. Entonces, ¿hay que legalizar el dopaje? ¿Que cada uno se meta lo que considere necesario para ganar y que luego fallezca si así lo considera necesario?

Lo cierto es que cuando recibí el e-mail de Jesús España, por deformación profesional se me fue la cabeza al tema festivales. ¿Cuántas campañas que hemos visto en festivales están dopadas? ¿Cuántos premios son de verdad y cuántos no? ¿Qué tiene mayor dificultad (qué es lo que hay que premiar, vamos), una campaña hiperpopular de las que se comentan en los bares o un experimento hipercreativo que es la leche pero que solo lo entendemos los que seguimos a @AnunciosRevista?

Un paso más allá

¿Cuál es la diferencia real entre un trucho y una proactividad? Pues poca. Pero sí que creo que, muchas veces, esas proactividades son las únicas ocasiones que tienen las agencias para evolucionar e ir un paso más allá del banner bien maquetado que se les exige todos los días. Porque ahora es esa época tan maravillosa del año en la que los creativos de pro nos dedicamos a descalificar los campañones de los demás al grito de “¡Buah, menudo truchaco!”, cuando la realidad es que nos fliparía que se nos hubiera ocurrido a nosotros ese ideón.

Así que creo que se deberían liberalizar las inscripciones a festivales (aún más, si cabe) y permitir todo lo que un cliente apruebe y esté producido, haya salido o no. Y si tu agencia quiere ser Ben Johnson y le va bien así, pues fantástico. Y si no, pues nos ponemos serios de una vez, creamos la Agencia Antitruchaje y nos dedicamos a investigar uno por uno los casos sospechosos, con esos millones de visionados en YouTube en los que quizás se nos fue un poco la mano con los ceros o esas campañas que no aparecen en Google por más que refresques la búsqueda salvo por su presencia en el susodicho festival. Y sancionemos a los que las inscriben, como hacemos con los atletas.

Pero como esto es como ponerle puertas al campo, dejémonos de hipocresías y celebremos los festivales como lo que son: unas seremonias de premiasión de la vanguardia publicitaria. Pásenme un gratísimo verano. Un abrazo para todos ustedes de su seguro servidor, Ricardo Portabales.