Hay muchas cosas que podemos decir del nuevo presidente de EEUU, Donald Trump, y de las pocas buenas es que ha sabido armar marca principalmente en los sectores de inmobiliaria y hostelería. Su llamado imperio inmobiliario no es ni una cosa ni la otra. Es principalmente una gestora de marca, que, según la revista Forbes, obtiene la mayoría de sus ingresos a través de licencias que propietarios pagan a Trump por obtener el derecho de poner la marca en el portal. El valor de la marca, que Donald Trump sitúa por encima de los 3.000 millones de dólares, Forbes lo estima en unos 200 millones. Sea la cifra cual fuere, lo cierto es que tiene valor.

Desde que Trump anunció su candidatura a la presidencia, a lo largo de la campaña electoral, y después que asumió la presidencia el pasado 20 de enero, las cosas han comenzado a cambiar. Dada su actitud extremista y controversial, muchos han decidido tomar distancia o terminar relaciones con la marca. Los residentes de un edificio Trump en Nueva York quitaron la marca del portal. El chef asturiano José Andrés canceló un proyecto de un restaurante en un hotel Trump en Washington DC. El propietario de la torre Trump Estambul pidió quitar la marca del hotel. Y estos son sólo unos ejemplos.

El pasado 21 de enero tuve la oportunidad de participar en la Women’s March en Washington DC. La marcha, que fue acompañada por muchas otras ciudades en el país e incluso en el mundo, fue la manifestación política más con más asistencia en la historia moderna estadounidense. La participación se estima en millones. Artistas, políticos, cineastas y humanitarios se unieron a la causa y los carteles anti-Trump deslumbraban por sus números, su creatividad y su extremo sentimiento de rechazo.

En Washington DC se vive y se habla mucha política. Pero hay un aspecto muy curioso e inusual de los votantes demócratas y republicanos en estas últimas elecciones, que casi pareciera que no hubieran acabado. Los demócratas son extremadamente vocales, expresando de manera abierta y sin pelos en la lengua todo lo que opinan sobre Trump. Los republicanos, por el contrario, han sido inusualmente silenciosos. Los propios resultados de las elecciones demuestran que muchos millones han votado al candidato republicano. Sin embargo, es raro escuchar a un republicano declarar abiertamente que ha votado a Trump, incluso después y a pesar de haber ganado las elecciones. Es como si sintieran vergüenza o miedo de asociarse a la imagen y valores del nuevo presidente.

Está empezando a quedar muy claro que, a nivel social, la marca Trump está atravesando una metamorfosis de positiva a negativa, y muy negativa. El hospedarse en un hotel Trump asocia a uno con los valores que el público identifica con Trump – racismo misoginia, fraude, fascismo, etcétera-. La lista es más larga y nada favorable, menos aún aspiracional. Por ende, el valor de la marca, la base de ingresos del imperio Trump, pasa de valor positivo a valor negativo. Es decir, el modelo de negocio quedaría obsoleto. 

La marca Trump siempre ha atraído a un público ostentoso, económicamente aspiracional, con un apetito por un lujo más de demostración que de autenticidad – un target atractivo en escala y poder adquisitivo-. Sin duda, el negocio seguirá adelante, y habrá quienes continúen comprando pisos en torres Trump, alojándose en sus hoteles, comiendo en sus restaurantes, apostando en sus casinos y reservando citas en sus campos de golf. Pero sospecho que así como los abrigos de piel eran un símbolo de lujo, elegancia, belleza y aspiración y hoy en día están mal vistos en la mayoría de las metrópolis y en el mundo de la moda, también la marca Trump caerá en el territorio de lo políticamente incorrecto.

¿Es posible que la misma marca que ayudó al Sr. Trump llegar a la posición de poder más importante del mundo, sea la que acabe con su imperio inmobiliario? El tiempo dirá…

Carlos Tribiño