Me gusta mucho esta metáfora que le he oído tantas veces a Tomás Corominas, que un día fue mi presidente y que hoy ya solo es mi amigo (lo que considero un ascenso para mí). Mares de un palmo de profundidad. Hace referencia a la sabiduría de los publicitarios, que acumulamos un saber vasto en tantos sectores, pero con un calado que a menudo no empapa más allá de la pantorrilla (en algunas zonas da para bucear, pero la media viene a ser ese palmo, y siendo generosos). Eso sí, somos capaces de transformarnos en especialistas temporales de lo que sea, adentrarnos en sectores ignotos para nosotros, investigarlos concienzudamente, analizarlos con profusión e implicarnos como si nos fuera la vida en ello (que, por cierto, a menudo nos va). Pero lo nuestro no es quedarnos en ninguna parte, enseguida pasamos a otro sector, a otro, y luego a otro.

Novias en mil puertos, destino de navegantes.

Y quizá éste sea de los privilegios más maravillosos que nos regala nuestra profesión. Somos como Forrest Gump, paseando por los momentos clave de nuestra época y cruzándonos con nuestros propios JFK, Elvis y Lennon: nunca somos el protagonista de la Historia, pero a menudo tenemos la oportunidad de estrecharle la mano. Y, como Forrest, si andamos por la vida con los ojos y la mente bien abiertos podemos llegar a convertirnos en tontos sabios, porque todos esos palmos de conocimiento de lo ajeno se acumulan en kilómetros abisales de experiencia de lo propio, la comunicación.

Si miro hacia atrás veo marcas de gran consumo, financieras, operadoras, start ups, ONGs, medios, moda, fútbol, política, energía, aviones, trenes… a estas alturas se me ocurren pocos sectores en los que no haya tenido la suerte de trabajar, por la mañana un coche y por la tarde un perfume, siempre al lado de marcas increíbles que han compartido su conocimiento y su entusiasmo conmigo. Y he estado, aunque sea tangencialmente, en momentos históricos, desde la Expo a la llegada del euro a la revolución digital… He ayudado a salvar vidas. He viajado por el mundo.

Y por el camino he estado con futbolistas, pilotos de F1 (¡y ya de Le Mans!), escritores, pintores, actores de aquí y de Hollywood, directores de cine, fotógrafos, ministros, cómicos, músicos… Aún recuerdo, recién llegado a todo esto, el día que fui a grabar al estudio de Alejo Stivel. No quedaba ni rastro de aquella melena que se agitaba cuando cantaba Salta, pero yo miraba a los que estaban conmigo y con los ojos les decía: “¡¡Tío, es Alejo, el de Tequila… y estamos aquí hablando de mis cuñas!!”. A los publicitarios, anualmente, nos da por pasear por el Kursaal o el Grand Palais, como estrellas invitadas a una vida deslumbrante, y como me dijo en una ocasión Luis Felipe Moreno, maestro de producers, a veces se nos abren puertas que de otra manera serían infranqueables, y de repente estás rodando en un museo, por la noche, entre dinosaurios, con una estrella del baloncesto.

Pero no solo va de deportistas de élite o actores famosos, algunas de las personas más fascinantes que he tenido la fortuna de cruzarme trabajaban en la mesa de al lado, o codo con codo en clientes, estudios y productoras. Hoy, algunos de ellos son mis socios.
Cuando a veces me enfado con la Publicidad pienso en todo esto, y me vuelvo a recordar a mí mismo que somos unos afortunados. Hacemos anuncios, sí, los de ir al baño, y muchos banners, y bumpers y folletos y piezas de retargeting que nadie quiere ver; y a veces cuesta mucho, y otras es muy frustrante, y nada se está nunca quieto; pero con todo, y gracias a todo, esta es una profesión como ninguna otra. Somos unos auténticos privilegiados en nuestro extraño mar. Disfrutémoslo.