La supuesta creación de la COVID-19 en un laboratorio con el fin de crear una vacuna que nos controle, la implantación de chips por parte de Bill Gates, bulos sobre el 5G, la vacuna infantil como supuesto desencadenante del autismo… todo mezclado así sin más y su consecuencia más inmediata: manifestaciones espontáneas para protestar contra todas estas supuestas conspiraciones.

¿Cómo puede ser que famosos como Miguel Bosé, Bunbury o Kase O caigan en estas teorías conspirativas a priori “tan locas”?

Para explicarnos científicamente este fenómeno conviene que los que ya tenemos cierta edad entendamos que el problema comienza con algo que nos dijeron en la EGB: “el ser humano es racional”. Ahí empieza el problema, porque lo que se infería de esa afirmación es que nuestras decisiones, comportamientos, las normas que rigen nuestra vida son lógicas, razonadas, con sentido… y esto resultó ser rotundamente falso. 

A poco que uno reflexione o lea sobre el asunto, entenderá que su vida está marcada por múltiples tipos de sesgos, que no son más que errores sistémicos que cometemos por prejuicios previos. Porque si hay algo que nos caracteriza como especie es que estamos programados para encontrar patrones que expliquen la realidad de manera constante, pero estos patrones no tienen por qué ser ciertos ni reales y que nadie se engañe: ni ser inteligente ni culto nos libra de ellos. Pero esperad que aquí no acaba el asunto.

Quizás lo más grave es que estos sesgos nos impiden ver la realidad incluso cuando todas las pruebas nos indican que estamos equivocados y si no pregúntese por qué hay aún terraplanistas o por qué los Fact Check no acaban inmediatamente con un bulo y es que el sesgo siempre nos da un argumento con el que contrarrestar la realidad. ¿Estás a favor de las vacunas? Eso es que te paga el poderoso lobby de los laboratorios farmacéuticos. ¿Esas pruebas que muestran que el partido político que apoyo ha cometido un acto delictivo? Eso es que te subvenciona otro partido y tienes que contentarles. Estos sesgos se encuentran presentes en cualquier ámbito: la economía, la política, nuestras relaciones personales… 

De esta manera hemos visto cómo los Fact Chek están teniendo que evolucionar. Si en un primer momento se dedicaron a contrastar los bulos con datos (ya hemos visto los fallos de esta estrategia) después pasaron a tratar de cambiar el comportamiento de las plataformas que difunden los bulos. Verificar la información en la misma fuente parece sin duda una estrategia más eficaz y plataformas como TW o FB ya han dejado en manos de terceros esta compleja tarea de ser árbitro en un difícil equilibrio entre ofrecer información fiable y respetar la libertad de expresión.

Ahora bien, pongamos que empezamos a entender nuestros sesgos,¿nos da eso la capacidad de librarnos de ellos? Me temo que no y así nos lo confirma uno de los mayores expertos del mundo: Daniel Kahneman pionero en la investigación de los sesgos, reconoce que llevar tantos años explicándolos no le ha permitido ni mucho menos librarse de ellos.

Volviendo a las magufadas del sXXI. Tendemos a creer, con nueva terminología mediante como Postverdad, que esto de la propagación de bulos es algo novedoso. Lo cierto es que no, no hay más bulos que antes (han existido siempre), “lo nuevo” es que existe tecnología que facilita que vaya todo más deprisa. La propagación de bulos ha estado muy presente y recientemente han sido protagonistas en algunos hechos que están cambiando el rumbo de la historia como son la victoria de Trump o el Brexit. 

El psicólogo y divulgador científico, Ramón Nogueras, autor del libro "¿Por qué creemos en mierdas?" y el blog Sesgo de confirmación, explica muy bien el porqué de esta realidad. Ramón (al que hay que agradecer la enorme labor que está realizando en este sentido y de cuya obra he extraído la información para el artículo) enuncia que existen cientos de tipos de sesgos, no obstante, dos de los más predominantes bien podrían ser “el sesgo de confirmación” y “el sesgo de presión de grupo” por el cual solo leemos o asumimos como cierta aquellas informaciones que están en consonancia con nuestro pensamiento o nos dejamos llevar por el pensamiento del grupo cercano con el que nos relacionemos.

Ahora ¿por qué existen creencias muy arraigadas que no abandonamos a pesar de las pruebas? Lo explica Ramón a través del fenómeno de “disonancia cognitiva” donde la evidencia de que estamos equivocados, no solo no nos hace cambiar de opinión, sino que nos reafirma en nuestro error.

¿Pero qué es exactamente la disonancia cognitiva? Se produce cuando asumimos dos creencias que entran en conflicto entre sí: por ejemplo, protestar contra el gobierno por la cantidad de enfermos de la COVID-19 poniendo a su vez en riesgo la propagación del virus por no respetar las medidas de seguridad. Es entonces cuando la disonancia cognitiva sale a jugar y justifica estar gritando junto a otra persona a 2 cm sin mascarilla porque… (cualquier cosa).

¿Tiene solución? Lo cierto es que es muy complicado hacer que alguien modifique su postura cuando se trata de una creencia arraigada y ni la evidencia ni los datos, harán que cambie de opinión. Puede que el único camino posible sea partir de la base de que alguien que no opina como tú no tiene que ser necesariamente una mala persona o un analfabeto y admitir que siempre hay algo de verdad en la posición contraria. Hacer preguntas para intentar desgranar el pensamiento de la persona que tenemos delante, es otra de las vías que si bien, no asegura el entendimiento, puede aproximarnos.