“¡INFLUENCERRRRRSSSSSSS! Hoy: Francisco Nicolás Gómez Iglesias”. Igual a ustedes no les pasa pero a mí, en cuanto escucho la palabra influencer (y mira que la oigo últimamente), se me activa la voz en off de Joaquín Reyes en modo Muchachada Nui. Y, claro, la verdad es que mientras escucho atentamente la descripción de todo lo que se puede conseguir para una campaña en concreto con unos influencers bien influenciados, se me suele escapar una sonrisa. Pero es por lo de que me recuerda a Muchachada Nui, ¿eh?

Reconozco que soy muy fan de los influencers. Comenzando porque la palabra en sí es muy sugerente: te los imaginas ahí, en un despacho pequeño, haciendo llamadas con móviles desechables y/o teléfonos góndola, recibiendo visitas que vienen vestidas con gabardina con las solapas levantadas y gafas de sol panorámicas y, por supuesto, contando euros en fajos de billetes usados de 20. Y lo más grande de todo es que, como canta mi admirado José Luis Moro, “en la variedad está la diversión”. No hay tema por pequeño o grande que sea que no tenga sus influencers que pueden jugar a favor o en contra de obra, según convenga. Las Mobylettes. Tienen sus influencers. La Paz Mundial. Tiene sus influencers. Las palmeras de chocolate que se rompen al caer de las máquinas de vending. Tienen sus influencers. El ébola. Tiene sus influencers. Todo, todo y todo.

El otro día me pasaron un currículum ciertamente maravilloso: “Fulanita de Tal, licenciada en Ciencias de la Información, reconocida ‘influencer’…”. No especificaba sobre qué asuntos podía ejercer su influencia, entendemos que era bastante urbi et orbe, al modo Francisco Nicolás que ahora mismo está en el top of mind en la categoría SPANISHINFLUENCERS. Lo mismo te arregla el tema de la independencia de Catalunya, que te coloca un terrenito que tienes medio abandonao en Toledo.

Claro, que todo esto lo escribo desde la envidia. Ya me gustaría a mí ser influencer de algo, aunque fuera en mi domicilio. Soy tan loser en esto que estoy seguro que en cuanto publique Anuncios esta columna, mi Klout baja 3 puntos.

Más allá de la fascinación personal que me producen los influencers, lo cierto es que el Influencer Marketing parece que se está imponiendo como forma de llegar a los usuarios potencialmente interesados en un servicio/producto. Según Marcy Massura (North American Digital Lead de MSLGROUP, cargazo): “Cada marca, grande o pequeña, servicio o producto, debería convertir al IRM (Influencer Relationship Marketing) en un pilar de su plan de comunicación y marketing. El IRM no es solo importante porque afecta la consideración y la decisión de compra sino que, cuando se implementa estratégicamente, puede beneficiar la reputación, la contratación y la fidelización de empleados y difuminar las crisis.”. Vamos, el aloe vera del marketing.

Escéptico

Claro que, como siempre ocurre con estas avalanchas, hay escépticos. Por ejemplo, el gurú marketing digitalístico Brian Solis: “Los algoritmos que se usan para medir la influencia no tienen en cuenta toda la complejidad de las relaciones entre personas en las redes sociales. Como resultado las marcas, potencialmente, están poniendo recursos en lugares equivocados debido a una falta de entendimiento de lo que es la influencia y el rol que los ‘influencers’ juegan en los mercados.”. Vamos, que no hay para tanto.

Tiene toda la pinta que, as usual, en el punto medio estará la virtud. La pregunta del millón es cuántos influencers que consideramos influencers son realmente influencers. Lo cierto es que el magma publicitario es un entorno ciertamente propicio para la aparición, el desarrollo y el encumbramiento de los Pequeños Nicolás de este mundo. Así que tengan cuidado ahí fuera.