En épocas de crisis se acelera la circulación de la información, y se multiplican los análisis y las propuestas. En estos tiempos vemos acelerarse las grandes fuerzas de nuestro tiempo la digitalización y la globalización, en todas las áreas. No obstante, la crisis de 2020 es sanitaria y la de 2008 fue económica y financiera, por tanto, las repercusiones en cuanto a las tendencias en resultantes políticas públicas serán probablemente muy distintas.

En primer lugar, destacaría que en lo sucesivo será difícil defender frente a la opinión pública una política sanitaria restrictiva, señal de un tendencia que se invertirá. Todos los sistemas sanitarios, serán sometidos a una profunda revisión en su orientación y en su dimensión. Queda clara la necesidad no sólo de reforzar los servicios de urgencia/emergencia sanitaria, sino también la de disponer de protocolos que permitan flexibilizar el resto de los servicios rápidamente para atender crisis médico-sanitarias. Y por supuesto un fuerte impulso a la digitalización sanitaria que deberá dotarse de mejores sistemas estadísticos y de control.

Adicionalmente recibirán especial atención las políticas dedicadas a la dependencia, la atención a discapacidad y la tercera edad; en particular en países muy envejecidos como España. 

Otro vector de cambio lo representaría el aumento en investigación, en particular de carácter biomédico, y el auge de los valores asociados a la cultura científica expresión de las fuerzas que impulsan la extensión de la tecnología y la cultura del dato.

Otro de los ejes fundamentales, dada la necesidad de confinamiento y los problemas que esta condición está planteando en multitud de colectivos (autónomos, trabajadores temporales, etc.), y las graves tensiones que podría introducir en los sistemas económicos el exceso de liquidez, es la alternativa de un ingreso mínimo vital que facilite la gestión de estas circunstancias extremas sin riesgo de revuelta o desobediencia.

El tercer eje que resulta relevante revisar como resultado de esta crisis sanitaria es el de la movilidad tanto a corto como a medio plazo. A corto plazo, algún tipo de restricción a la movilidad se mantendrá muy probablemente durante meses, y las restricciones a las entradas de ciudadanos de otros países, aún durante más tiempo, con el fin de dar respuesta a los distintos ritmos de propagación del virus a nivel internacional. 

Pero donde este punto muestra mayor dificultad es en la movilidad internacional a largo plazo. Se habla ya de disponer un pasaporte sanitario que asegure el control de pandemias similares en el futuro. El pasaporte sanitario se utiliza ya en especies animales y plantas para asegurar el control de la difusión de plagas y enfermedades por todo el planeta.

Es importante destacar que este último punto estresará aún más si cabe el debate de las migraciones, central en la política exterior de los estados, o condicionar el desarrollo del sector turístico, tan importante en nuestro país al que aporta algo más de uno de cada cinco euros a nuestro PIB.

Por último, aunque no menos importante, el escenario planteado en estos último meses supone un cambio de paradigma en la seguridad global. Muchas voces alentaban la necesidad de modificar el planteamiento de las defensas nacionales reforzando su capacidad de intervención rápida y su disponibilidad para prestar servicio en cualquier punto del globo. Hoy se añade la necesidad de disponer de herramientas más rápidas para controlar enemigos bacteriológicos o la de disponer de una industria estratégica que garantice nuestra seguridad. 

Pero los procesos de aceleración de las dinámicas sociales no son lineales y tienen derivadas de riesgo relevantes a las que nos enfrentamos en el nuevo escenario político:

Esta crisis sanitaria cae en un momento de debilidad institucional (Brexit, ausencia de mayorías fuertes en Italia, España…) así como de pérdida de credibilidad de los gobiernos occidentales, en particular de los europeos, por tanto, las consecuencias, tanto sanitarias como económicas, van a suponer un gran desgaste para todos los gobiernos en vigor, en especial para los que más hayan demorado la toma de medidas de distanciamiento social y/o confinamiento. Para algunos gobiernos inmersos en procesos electorales como Estados Unidos, puede suponer un grave revés electoral, recordemos lo sucedido con Aznar en 2004 tras los atentados de Atocha. 

El miedo es una poderosa herramienta al servicio del riesgo electoral en tiempos de políticas tácticas, y puede tentar a reducir las libertades ciudadanas, y traer aparejado un retroceso democrático. Este riesgo lo avala la “mayor” eficacia demostrada por regímenes totalitarios como China, en el control de la pandemia, frente a la reacción más lenta y menos contundente de la UE. Esto podría terminar de dar argumentos a los partidos más extremistas y tensar más aún el espacio político europeo, reforzando los argumentos políticos de los estados nacionales frente a los nacionalistas o europeístas.

La libertad de empresa, de circulación o incluso de crítica han sido puestas en “cuarentena”, lo que amenaza seriamente los pilares democráticos de las sociedades occidentales. Por nuestra salud es muy posible que necesitemos implantarnos un chip-sanitario (que ya anuncia Bill Gates) que identifique nuestro grado de inmunidad, o registrar nuestro teléfono móvil de manera que permita trazar nuestros movimientos y contactos si fuera necesario; lo que pueden limitar/condicionar nuestros movimientos. No olvidemos que hasta la primera guerra mundial no era necesario el pasaporte para moverse libremente por Europa.

Como se ha observado en las últimas crisis económicas, y muy especialmente en la de 2008, existe igualmente un riesgo severo de aumento de las desigualdades sociales, y por tanto de la generación de mayores bolsas de marginalidad y exclusión social. Esto intenta paliarse con enormes medidas económicas, pero es más que probable que la aceleración de la digitalización termine por liquidar abruptamente cientos de miles de puestos de trabajo.

Un nuevo escenario geopolítico mundial con el liderazgo de los estados unidos en cuestión, la UE en busca de una nueva identidad global (New Green Deal) y China cuestionada en cuanto en la trasparencia de sus actuaciones, añade un riesgo de falta de uniformidad en el criterio de actuación global y una posibilidad de enfrentamientos entre países en un contexto de escasez. 

Esta multilateralidad terminará muy probablemente imponiéndose como un paradigma que rompa la fuerte dependencia industrial de occidente sobre oriente, y es más que probable que ello impulse políticas proteccionistas en el afán de reindustrializar.

Lo que estamos viviendo es el mayor experimento social a escala global jamás llevado a cabo por el ser humano y podría impulsar nuevas dinámicas sociales y un cambio de modelo social y económico, despejando el antagonismo climático impulsando el decrecimiento y dando auge a una cultura científica, las consecuencias del impulso a estas nuevas fuerzas de nuestro tiempo se desplegarán en los próximos años.