Como argentino ateo que soy, tener otro argentino al mando del Vaticano me genera un cierto vacío. Más o menos como ganar un mundial de fútbol sin que me guste el deporte.

Es decir, siento que me perdí la fiesta. Y demasiada fiesta me he perdido ya con la selección argentina, con lo que me gusta el fútbol. Pero también me gusta el marketing, y mi pontífice compatriota me está dando lecciones al respecto. Debo reconocer que este humilde porteño, contradicción donde las haya, goza de una monstruosa popularidad, y hasta me atrevo a decir merecida, apenas cumplido su primer año en el puesto. El Wall Street Journal publica notas sobre S.S. Francisco en su portada, diría que mensualmente. Una búsqueda en Google de “pope francis” nos da 525 millones de resultados, comparado con 475 millones por “lady gaga” y 11,8 millones por “leo messi”. Lady Gaga se lanzó a la fama en el 2008, tiene nuevo álbum, y está de gira. Messi recibió su primer Balón de Oro en el mismo año y está a pocos meses del mundial. Nuestro pontífice apenas acaba de cumplir un año como tal. La prensa norteamericana acaba de publicar que el Papa goza de mayor popularidad en Estados Unidos que Obama: 76% contra 52%.


Vale recalcar que el Papa Francisco llegó a una iglesia católica rodeada de escándalos de corrupción y acusaciones de abusos sexuales. No obstante, hoy por hoy, ha logrado que su popularidad transcienda en toda la religión, a pesar de circunstancias adversas. Un reciente estudio de Pew Research Center muestra que un 24% de católicos está más entusiasmado con su religión y un 14% está rezando más. Estas cifras pueden resultar moderadas, pero en el contexto en el que llegó a la iglesia, no dejan de ser sorprendentes.

¿Tal vez esté tomando lecciones de su todopoderoso jefe? Más allá de ser o no creyente, se podría considerar a Jesucristo como el mejor marketinero de todos los tiempos. Con apenas doce fans, logró montar el movimiento sociocultural de mayor influencia global, que aún perdura siglos más tarde. Sin presupuesto, sin medios audiovisuales, sin relaciones públicas, sin redes sociales. Con apenas doce seguidores y el boca a boca, o lo que ahora nos gusta llamar marketing viral. No creo que ni Jesucristo ni S.S. Francisco tuvieran el marketing en mente. Pero ambos han mostrado una enorme ambición y capacidad de popularizar sus creencias; llamémoslo marketing accidental. Ambos comparten cualidades que generan emociones en los creyentes, o consumidores. Humildad, sinceridad, apertura, autenticidad, y sí, innovación. Los conceptos de Jesucristo eran muy innovadores en su época, y S.S. Francisco es un agente de cambio en el Vaticano. El Papa también muestra una inusual dosis de humildad, firma autógrafos con tan sólo “Franciscus”, sin el “Papa” delante. No vive en el lujo del Vaticano. Y se dirige al público y a los líderes mundiales con la misma comodidad. Lidera con el ejemplo, más con acciones que con palabras. Más aún, con acciones que fortalecen sus palabras.


Aunque me he educado en colegios católicos, y mi madre me ha hecho asistir a más misas de las que quiero recordar, hoy en día no comparto las creencias de sus líderes. Las respeto, pero no las comparto. Pero poco importa eso. Creo que Jesucristo era un hombre de enorme integridad, carisma y autenticidad que creía con convicción. Y pareciera que S.S. Francisco comparte esas cualidades, lo que está repercutiendo en la popularidad de esta religión. El resto de mortales tenemos que preocuparnos por vender coches, servicios de internet, detergentes, y móviles. Creo que estos líderes pueden servir como inspiración. Para vender productos y servicios con sinceridad, autenticidad, humildad e innovación. Podemos y debemos ser ambiciosos, como lo han demostrado ellos, pero eso no tiene por qué entrar en conflicto con sus valores. Tal vez así podamos generar las emociones en los consumidores para que ellos vendan nuestros productos o servicios por nosotros.