Joyce tenía fama de lento, y una de las razones era su meticulosidad. Cuentan que, en cierta ocasión, mientras su criada se ocupaba en ordenar la casa, él estaba inmerso en su lucha interior con el lenguaje, asediado por hojas en blanco entreveradas con otras emborronadas. Después de unas horas en las que parecía no avanzar, y en las que ninguna frase quedaba sin tachar, la buena mujer le preguntó: — ¿Qué, señor Joyce, no encontramos las palabras? A lo que él respondió sin dudar: — No, si las palabras las tengo todas, lo que no encuentro es el orden.

Mi lección de Joyce: la exigencia debería ser una meta, el resultado lo agradecerá (Joyce dejó pocas obras, pero su ‘Ulises’ sigue siendo una cumbre de la literatura universal).

* Mario Vargas Llosa, en su libro "Cartas a un joven novelista", apunta muchas pistas valiosas para los que nos gusta escribir. Una de ellas me impactó especialmente: “Hay quien describe la caída de una hoja del árbol y es capaz de arrancar lágrimas, porque conecta con ese lugar interior donde están las emociones, mientras que otros relatan la batalla de las Termópilas y solo arrancan bostezos, por la distancia desde la que lo narran”.

Mi lección de Vargas Llosa: busca la conexión emocional. No basta con encontrar historias, hay que encontrar lo que se esconde dentro de las personas.

* Roald Dahl tenía fama de abstraerse en sus fantasías hasta el extremo de pasar por maleducado. Cuentan que en un desayuno familiar entró en una de esas fases catatónicas en las que ignoraba todo lo que sucedía a su alrededor. Sus hijos, alarmados al ver a su padre con la mirada perdida en la pared, el café frío y la magdalena a medio mojar, le preguntaron a su madre:

— Mamá, ¿qué le ocurre? Su mujer, acostumbrada a las excentricidades de Roald, simplemente advirtió a los pequeños:

— Nada, pero no molestéis ahora a papá… está escribiendo.

Mi lección de Roald Dahl: extravíate sin miedo dentro de ti, solo ahí encontrarás algo vivido de verdad.

* Tolstoi fue invitado a unas clases de composición en una escuela, el tema propuesto era el mar. Los alumnos, orgullosos, leían sus composiciones: “las juguetonas y espumosas olas…”, “la anchura insondable del gran azul que invitaba a la meditación”… y otra sucesión de frases pretenciosas, plenas de adjetivos, que henchían de satisfacción al director del colegio y aburrían soberanamente al gran escritor. Hasta que una niña leyó su breve descripción: “El mar es grande”. Tolstoi, por fin, salió de su aletargamiento y sentenció:

— Entre todas estas máquinas de recitar, esta niña ha sido la única capaz de captar la esencia del mar.

Mi lección de Tolstoi: la esencia no está en recargar la autenticidad, sino en desnudarla. La simplicidad es más complicada que la ampulosidad.

* Nietzsche decía que “un buen escritor encuentra tanto gozo añadiendo una palabra como suprimiéndola”; Thoreau remataba que “escribir un texto largo no me resulta complicado, pero para acortarlo necesito más tiempo”; Stephen King argumenta que “la ruta al infierno está pavimentada de adverbios”; y una recomendación de Laurence Peter que repito a menudo a mis equipos y clientes: “Si no sabes hacia donde vas puedes acabar en cualquier otro sitio”. Estas son solo algunas de las muchísimas lecciones que los escritores de grandes obras me inspiran para mis pequeñas obras de cada día, mis anuncios. Aunque, si todo lo anterior falla, solo tengo que recordar la lección magistral de Hemingway que sustituye a todas las demás: “Escribir no es complicado. Te sientas delante de la hoja en blanco y sangras.”