Hacer que las mujeres paguemos entre un 8% y un 24% más por la versión femenina del mismo artículo (según el comparador de precios de Idealo) es un atentado a nuestra integridad profesional, teniendo en cuenta que cada vez somos más mujeres las responsables de que esto ocurra.

Las que me leéis ya sabéis cómo me pone el #masmujerescreativas. Pero por Mafalda que esas creativas en la empresa y en el anunciante piensen un poco más en ellas mismas y se valoren, como mujeres, como consumidoras, como personas. ¿Qué tal si empezamos respetando la inteligencia del público al que representamos también nosotras? Si no lo hacemos, la llamada tasa rosa nos sacará los colores a todas las profesionales del mercadeo. Colegas: o acabamos con la ‘tasa rosa’ de una vez por todas o el sexismo en la publicidad será responsabilidad nuestra, somos lo que hacemos.

No puedo tirar la primera piedra. En lo que concierne a feminizar productos, también me acuso. En la prehistoria peleé duro porque el Seat Ibiza llevara de serie dirección asistida, no había gimnasios como los de ahora… y los chicos preferían incorporar otras sofisticaciones. Con la misma intensidad luché por poner espejo de cortesía en el asiento del copiloto, y con luz, para que cuando conducía otro pudiera pintarme los labios, o hacerme la raya del ojo. Si hacer productos más atractivos es lícito, hacerlos más caros solo porque son para chicas es cruel y estúpido.

Allá por los años 70, cuando nuestras madres y abuelas aún escaseaban en la dirección de marketing, pero influían en el consumo tanto o más que ahora, se puso de moda el concepto unisex para productos típicos de hombre que ya estaban utilizando muchas señoras, como las cuchillas de afeitar aptas para barbas, axilas y piernas. O para que los premetrosexuales utiizaran cremas bronceadoras, champús y un largo etcétera de productos de chica sin complejos. El unisex era un excelente reclamo publicitario que permitía a los unos y las otras acicalarse o vestirse derribando anclas culturales de género. Era práctico y barato.

En los 80 la incorporación de las chicas al marketing hizo milagros con las celulosas y otros muchos productos femeninos. No puedo decir lo mismo del Wonderbra (soy de las que el sujetador les parece un cilicio). Nadie mejor que las marqueteras para saber hasta qué punto nosotras somos capaces de pagar más porque en nuestros cuarto de baño o cocina todo, todo, todo sea bonito o rosa o huela a caro, o a limpio. Mientras ellos invierten en barcos, motos, avionetas…

¿Sabéis por qué el último iPhone también está disponible en rosa? Todo este 'know how' de y para chicas estaría no bien sino excelente si fuéramos menos ambiciosas y no impusiéramos un insultante sobreprecio por satisfacer la necesidad de ¿sentirse femenina? Este precioso oficio nuestro nos convierte en corresponsables de contribuir a fomentar anclas culturales de género. Algo de lo que puede que también seamos víctimas cuando aceptamos cobrar menos que ellos pero que olvidamos cuando queremos hacer pagar a nuestras necesitadas más por lo mismo en otro color.

¿Ver la vida en rosa? ¿Pensar en diminutivo? ¿Es un delito? Olvidarnos de que también somos mujeres cuando estamos creando líneas de producto o formando precios ¿es socialmente responsable? Si excluir a los hombres del consumo de pavo me parece cuestionable, y solo lo disculpo por las veces que nos han excluido ellos del consumo de cerveza, la tasa rosa me parece una indecencia profesional y un acto de irresponsabilidad de género. Dice muy poco de nuestra deontología si somos anunciantes… Pero tampoco nos libra de culpa si somos agencia, a no ser que queramos seguir perdiendo respeto a fuerza de ir de mercenarias. Que yo sepa, el precio del color rosa es parecido al del azul, y en cuanto a los tamaños, menos es menos. Segmentar mola. Timar no.