La construcción subjetiva del individuo ha ido variando a lo largo de la historia; por construcción subjetiva entiendo una representación simbólica acerca de nosotros mismos, de los otros, de la sociedad que permite desenvolvernos y organizarnos en la vida con cierta congruencia (valores, patrones de comportamiento, ideología, etcétera).
Considerar al sujeto como si fuera un artefacto mecánico es una de las construcciones subjetivas por la que se guía el individuo moderno: nos desenvolvemos en la vida como si fuésemos robots; nos dotamos de una serie de creencias y adoptamos comportamientos que responden a este constructo; la sociedad planifica su futuro en función de este planteamiento.
Apunto una serie de indicios y fenómenos sociales que dan pistas sobre esta construcción subjetiva:
Inteligencia artificial, la palabra de moda: hemos pasado de hablar de inteligencia emocional, inteligencia intuitiva, inteligencia ética, inteligencia creativa... a hablar de inteligencia artificial; en realidad lo que resalta del término y lo novedoso es el vocablo artificial que, por otra parte, a mi modo de ver, anula el término inteligencia; difícilmente lo artificial es compatible y aglutina todo el concepto de inteligencia ( en todo caso se podría denominar inteligencia de los artificios). Admiro y valoro todos los avances que se están dando en esta área: almacenamiento ingente de información, big data, procesos algorítmicos, procesamiento del lenguaje, aprendizaje automático…; avances que en algunos campos nos están facilitando y mejorando la vida.
El peligro que veo en esta mal llamada inteligencia artificial es su tremenda capacidad de deslumbramiento; nos puede parecer que es la panacea y la guía a los tiempos cambiantes y de difícil predicción en los que vivimos; y creo que hemos caído en ese deslumbramiento que ejerce la inteligencia artificial.
Hace tiempo que trasferimos nuestra voluntad: la voluntad individual no nos pertenece porque se la cedimos a las instituciones, autoridades religiosas, políticos, líderes de toda índole a fin de que nos la gestionaran; al vernos sin voluntad nos libramos de hacernos cargo de nuestros mismos y de nuestros actos.
¿Qué nos ocurre ahora? Que también hacemos cesión de la inteligencia: confiamos en los algoritmos, en el big data, en el futuro que diseñan lo grandes ordenadores y renunciamos a nuestra (pequeña, errática, limitada) inteligencia que es la que nos hace humanos y nos hace libres.
La máquina, el robot nos ha ganado la partida, y no tanto por su inteligencia sino por nuestra dejadez. Estamos sustituyendo el orden cosmológico, la ley universal, la razón, el sentido común, la búsqueda de la finalidad a nuestra existencia por la superinteligencia artificial que nos deslumbra trasciende, supera, dirige y orienta.
El mundo de la técnica y la inteligencia de los artificios cada vez tendrá mayor influencia en nuestra vida a medida que como sujetos decidamos ceder más cuota de nuestra inteligencia a los mismos.
Tendencia a la uniformidad. Si bien son necesarios y justos todos los esfuerzos por la igualdad y eliminación de diferencias individuales, de género, sociales... también percibo que tras esta tendencia se esconde y entremezcla una fuerte presión a la igualación fruto de esta construcción subjetiva de la que hablo (el sujeto como robot). El sujeto es una máquina y la sociedad un gigantesco engranaje mecánico: en esta configuración, se hace necesario que todo sea uniforme, que responda a un patrón único, donde los procesos mecánicos, matemáticos y cuantificables tengan supremacía. Por el contrario se desprecia lo singular, lo diferente, lo que no responde al patrón o lo que se sale de lo común; lo psicológico, lo imprevisible, lo incontrolado, el encuentro como tal, lo religioso y lo trascendente… apenas tiene consideración en esta construcción subjetiva.
Percibo esta tendencia a la igualación y uniformidad en el intento de crear un espacio intermedio entre lo masculino y lo femenino que anule lo masculino y lo femenino, en la tendencia unisex en el vestido, los juegos, los deportes en niños y jóvenes; en el intento por crear unos valores (cuidado, fuerza, éxito, calidad, equilibrio, ) aplicables en la misma intensidad a todos y todas; en el esfuerzo por pensar que todo es cultural, que las diferencias no son de índole biológica y de libre elección. Hacer sujetos iguales, indiferenciados, idénticos… debe ser muy rentable.
Presión al perfeccionismo y por consiguiente a la exigencia extrema. Estamos viviendo en una atmósfera cargada de una tremenda exigencia que a su vez deviene de la concepción previa de que la persona/robot no puede fallar, es perfecta, infalible; lo mecánico no puede salirse del plan para el que ha sido diseñado, de ahí la idea de la perfección; y de ahí la maldita costumbre de valorar y poner nota y caras felices a cualquier conducta que realicemos: reparar el coche, pedir información sobre vuelos, tomarse un café, solicitar un crédito, comprar una barra de pan, usar los baños… Ya no puedes salir de casa sin que te pidan que valores el contacto con los demás, el servicio o como se quiera llamar a esta relación.
Los modelos sociales –modelos de identificación- se suelen presentar siempre perfectos, infalibles, números uno…; jóvenes, pareja perfecta, padres modélicos, cuerpazos, guapos, bien hablados, seductores. Como imitadores de esos modelos de perfección ya no basta con tener una licenciatura, ni un grado, ni un master: tiene que ser el mejor, el más caro, el de más prestigio. La empresa que se precie no se conformará con una o dos entrevistas de selección: tendrás que pasar cuatro entrevistas preliminares, dos con la dirección y una más con el presidente de la compañía. Si quieres ser buen amante no te conformarás con uno al día; debes tener cartuchos en la recámara. Para no sentirte un ser solitario y aburrido debes estar conectado a 4/6 redes sociales, darle 80/90 veces al me gusta y tener 50 aplicaciones en el móvil, más la última que salió ayer.
Negación de la historia: todo empieza ahora. Otro fenómeno que me lleva a pensar que hemos adoptado la construcción psicológica del robot es que negamos la historia, el pasado, las huellas… En unos casos porque esa historia, ese pasado tiene déficits, fallos, es imperfecto y esto no se soporta; en otros porque no se adapta ni acomoda al programa psicológico con el que nos han dotado: así hay que renunciar y reescribir pasajes de la historia, retirar símbolos e iconos de nuestras plazas, eliminar actores de algunas películas, cambiar los/las protagonistas y los discursos de los libros, tapar, corregir, acomodar, limar, perfilar, definir de otra manera para que no moleste y que se ensamble perfectamente al engranaje.
Límites desdibujados: las fronteras entre lo humano y lo tecnológico son cada día más estrechas y se superponen. Se pone en entredicho lo que es democrático y no democrático, lo que es justo y lo que no lo es; se hace cada día más difícil distinguir el comportamiento ético del comportamiento egoísta, lo que pertenece a lo público y a lo privado; y en el terreno de los sentimientos, emociones y pensamiento se identifica deseo y acción, pensamiento y realización, seducción y agresión, curiosidad e intromisión…; la mirada, el gesto, la palabra están bajo sospecha. Los límites entre la intimidad y la extimidad, entre lo intimo/privado y la esfera pública/compartida se han roto definitivamente. Y sin intimidad se anula el origen de lo que es la persona, el individuo, lo genuinamente humano. Pensar en humano es pensar en la finalidad de nuestra existencia, en la felicidad, en los demás, en el comportamiento ético, en la calidad, en la poesía, en lo trascendente, en las dudas, los fallos y los errores; en la indulgencia, el perdón y el abrazo.
En esta construcción subjetiva del individuo como artefacto mecánico los límites a todos los niveles se irán diluyendo hasta llegar a la completa identificación entre individuo y artefacto mecánico; el próximo hito, y de lo que se hablará en breve, será el de la inteligencia artificial emocional; al tiempo.
Mauro González es socio fundador de Punto de Fuga Investigación Prospectiva