“no leas odas, hijo mío: lee los horarios de trenes, / son mas exactos. despliega las cartas de navegación / mientras te quede tiempo. abre los ojos. no cantes. / vuelven los días en que clavarán / listas sobre las puertas y marcarán / el pecho de los que digan no.”

Era 1956, cuando Hans Magnus Enzensberger escribía este poema que incluyó en su libro Poesías Para Los Que No Leen Poesías, la vida ya era notablemente mejor que la de los prebélicos años Treinta a los que se refiere el poema. En aquellos tiempos nadie se manifestaba en las calles de Berlín, a excepción de los camisas pardas que instigados por el propio régimen limpiaban étnicamente la capital. Pero hoy en día, pasando por el emblemático Mayo francés del 68, la protesta se ha popularizado y ya la ejerce todo tipo de colectivos. Efectivamente, la pancarta y el altavoz han dejado de constituir seña de identidad exclusiva de la clase trabajadora de siempre y ha pasado a formar parte de grupos escandalosamente diversos, que abarcan tanto a los colectivos antihomofobia, como a la judicatura o, incluso, la propia iglesia. El famoso y simbólico jersey de punto de Marcelino Camacho, tejido por su compañera durante sus sobrevenidas (y penosamente frecuentes) ausencias carcelarias, está perdiendo su hegemonía simbólica entre tantas batas médicas, uniformes de pilotos de líneas aéreas, togas, sotanas y hasta uniformes de las fuerzas de seguridad… todos ellos de confección menormente heroica. Y es que el progreso acaba con todo. Y si con algo no puede, se le hace una película. Pero lo que sigue siendo una constante es que cuando a algunos se les tuerce la paciencia, inmediatamente surge la necesidad de salir a la calle, de salir al aire libre y sentir el codo de los otros junto al propio. Solo hay una excepción a esto, y es en caso de huelga general, donde lo correcto es no salir y ver la vaciedad de las ciudades desde el televisor de casa, como si de un fenómeno natural se tratara, como si fuese un eclipse total de gente. Pero volvamos a la protesta usual, la de pisar la calle. Dicha protesta tiene un objetivo de comunicación inequívoco: captar la atención del resto de ciudadanos para hacerles partícipes de un determinado problema, intentando ponerles del lado de uno a fin de ejercer presión real o moral sobre aquellos a los que se pretende hacer cambiar de actitud, ya sean éstos gobernantes, empresarios o similares. Cada protesta es un mundo y encierra en si misma una estrategia marketiniana. Están las protestas amables, que buscan la simpatía del público por la causa propia de una forma amable, educada e incluso desprendida. Como cuando colectivos de ganaderos, pescadores o agricultores regalan en las plazas sus productos (leche, pescado, hortalizas…). Dentro de esta categoría de protestas, cabe encuadrar aquellas puramente estético-mediáticas, cuyo inicio se remonta al famoso streaking, aquellos desnudos espontáneos que corrían con un cartel en mitad de un acto público, sabidamente retransmitido. Ese tipo de técnica ha quedado bastante devaluada desde que la desnudez ha perdido el factor novedad, y desde que últimamente parece que en vez de desnudarse uno por una causa, más bien se busca una causa para desnudarse uno. En este sentido, cualquier banalidad es buena para confeccionar un calendario con deportistas o bomberos tal cual vinieron al mundo. Otro tipo de protestas son las que en vez de buscar el favor del público, intentan enervarlo. La ecuación que subyace es simple: “si yo estoy mal, pues que todos se sientan mal también y así los de arriba tendrán que arreglarlo, empezando por lo mío, claro”. Estas son las protestas incómodas, su objetivo es interrumpir la rutina para lograr el enojo general y la atención mediática. La interrupción del tráfico es una táctica bastante socorrida en estos casos… aunque cuando ésta se produce por parte de los ganaderos cortando el tráfico de las ciudades con sus ovejitas, el bucolismo subyacente puede hacernos creer que se trata de la anterior categoría de protesta.Privilegiados Pero dentro de las protestas incómodas, las que mas indignan son las promovidas por aquellos colectivos percibidos sociológicamente --justa o injustamente-- como privilegiados (pilotos, jueces, etcétera…) Estos colectivos deberían buscar otros caminos si lo que quieren es obtener el respaldo social. Más allá de las protestas incómodas están las protestas violentas, como las que en alguna ocasión han protagonizado determinadas asociaciones de empresarios del transporte (en contra de la opinión de otras organizaciones del mismo sector). Aunque en un primer momento se provoquen cortes de carreteras, y los piquetes actúen con extrema rudeza, generalmente la población tiende a solidarizarse con el desesperado. Si en estas circunstancias las fuerzas de seguridad trataran de imponer la normalidad por la fuerza, muy previsiblemente los medios y la opinión pública caerían sobre el Ministerio del Interior. Por ello, el marketing de la protesta nos lleva al de la contra-protesta. Y la ausencia de reacción suele ser la respuesta adecuada. Solo cuando los huelguistas empiezan a transformarse en la mente del público en los camisas pardas que mencionaba al principio del artículo, cuando la violencia se les escapa de las manos, cuando casi queman a un colega dentro de su camión, es entonces el momento en que el gobierno ha de salir de su estudiada inacción y, entonces sí, emplearse con toda contundencia. En marketing los tempos son tan importantes como las acciones. En este caso un pequeño porrazo prematuro puede suponer un coste de imagen elevado. Por el contrario, varias cabezas suturadas –si se producen en el momento adecuado, que suele ser cuando el miedo y el hartazgo hacen mella en la población- pueden convertir al represor en salvador. La de marketing que enseña la vida.Marcos de Quinto es presidente de Coca-Cola España.marcosdequinto@hotmail.es