Te levantas. Mientras despachas asuntos urgentes en el cuarto de baño, a falta de otra cosa lees el envase del champú en el que una multinacional te dice que quiere conocer tus opiniones en una dirección web. Enciendes el teléfono móvil. Sí. Hoy también hay una propuesta de tu compañía telefónica para que concurses en su apasionante promo enviándole las fotos de tus vacaciones. Todos podrán verlas en internet. Qué suerte. Enciendes el ordenador. Tu marca de coches, tu diario, los antiguos alumnos de tu master, la marca de helados a la que tu hijo pequeño envió un dibujo de su padre (tú) fregando los cacharros (y que sí pudo verse en internet), y hasta la marca de crema corporal que ya usaba tu abuela, quieren que participes, que les cuentes, que seas su colega, que veas su miniserie en internet. Ya no solamente tienes cargo de conciencia por ese amigo plasta al que no devuelves las llamadas, por el compañero de trabajo que quiere caerte bien por todos los medios, o por tu perro que te mira como echándote en cara los meses que hace que no le rascas el lomo. No. Ahora además tienes un montón de marcas que te persiguen. ¿Llegaremos a eso?
Lo dijo hace poco Vega Olmos: “Las marcas no son como Nike o Apple”. A base de escucharlo en todas las conferencias y leerlo en todos los artículos, el mensaje ya se ha asumido: hay que crear valores añadidos para que el cliente te elija, venga a ti. Bien, de acuerdo. ¿Pero alguien se ha parado a pensar qué ocurriría si, de repente, todas las marcas se lo tomasen en serio? Y, corolario, ¿de verdad hay alguien interesado en dialogar, jugar o compartir sus vídeos con su lavavajillas favorito, por muy favorito que sea? Sabemos que en esta sociedad hay un problema de soledad e incomunicación y esta sería una buena manera de medir su evolución: cuantos más enganchados al diálogo con las marcas haya, más enferma estará la sociedad. Porque a nadie en su sano juicio se le ocurriría hacerse amigo de su bote de pimientos morrones o engancharse a los webisodios de su bolsa de patatas. Sé que estoy poniendo la venda en una herida que aún no existe, pero hay una realidad: hay pocas, poquísimas marcas con las que querríamos dialogar. A las otras, aunque nos gusten, les pedimos que resuelvan nuestros problemas y, si acaso, que atiendan nuestras quejas o peticiones de ayuda. Con eso bastaría y, para el 90% de ellas, ya sería un gran avance. David Torrejón, director editorial de Publicaciones Profesionales