La juventud actual no es tonta. O al menos no más que la que nos tocó transitar a los cuarentañeros y cincuentañeros de hoy que observamos escandalizados las altas cifras de fracaso escolar y la escasa vocación por la lectura de nuestros hijos. No, la juventud no es tonta. Lo que sucede es que la especie evoluciona (nos guste o no) y no necesariamente en el sentido que agradaría a nuestra lógica sino en el que marca la acelerada transformación del entorno, sobre todo el mediático.

Personalmente me sobrecoge el esfuerzo que algunos jóvenes realizan para entender un texto. Sus ojos pueden recorrer una y otra vez los palotes de la página sin que dicho esfuerzo sea recompensando con el premio del entendimiento final; sin que el blanco y negro de las letras alcance todo el colorido potencial que surge cuando lo escrito cobra sentido. Pero no es idiotez, sino la constatación de que el cerebro de las generaciones emergentes se está configurando de forma distinta. La capacidad cognitiva y retentiva de estos muchachos a los que les cuesta interpretar un texto es, sin embargo, asombrosa: mientras escuchan música con sus headphones, son capaces de chatear con sus amigos de Messenger, tomarse la cena y simultáneamente no perder el hilo de series tan complejas de seguir como puede ser Perdidos. Y además son capaces de recordar algunas frases del guión, incluso pasados algunos meses… Pruebe, querido lector, a hacer algo similar. El problema es que la revolución audiovisual de estos últimos años ha sido tan intensa y profunda que no nos damos cuenta de la espectacular transformación de la forma de aprehender conceptos y conocimientos por parte de nuestra especie, que es inversamente proporcional al inmovilismo de nuestras autoridades educativas. Y así, mientras los padres se culpabilizan, los colegios se lavan las manos y los políticos se echan a la cara las estadísticas, estamos desaprovechando el talento de muchos chicos simplemente por el hecho de que en esta sociedad tenemos dos morales: la de la vida real, en la que a los jóvenes todo se lo damos a consumir vía entretenimiento audiovisual… y la de la vida escolar, donde aún prevalece el libro de texto, comparativamente de inferior atractivo y menor inmediatez comprehensiva.Fotos Cuando yo era joven, los libros de texto empezaban a tener fotos y diagramas que ayudaban visualmente a entender los conceptos. Supongo que a mi padre dichos textos no le parecerían serios, pues tanto dibujito y tanto color de alguna forma frivolizaban materias muy serias. Intuyo que el salto del libro serio (donde solo texto y fórmulas ilustraban sus páginas) al libro didáctico debió ser una revolución. Hoy, nos guste o no, la cultura es eminentemente visual. Si antaño viajábamos de la tierra a la luna a través de las palabras desnudas de Julio Verne, posteriormente lo hicimos mediante las viñetas del Tintín de Hergé, para acabar haciendo viajes más vívidos de la mano de las producciones de Hollywood. Si el propósito último es formar a nuestros jóvenes, creo que debiéramos tener en cuenta la transformación de los lenguajes a fin de ser lo más efectivos posible. Hemos evolucionado tanto en la comunicación, hemos hecho tan atractivo el producto audiovisual es estos últimos años, que hemos malacostumbrado a nuestros jóvenes en una especie de sibaritismo del entretenimiento: “Si casi todo lo que recibo es sencillo, interesante y me engancha… ¿por qué he de esforzarme en algo más árido y que me requiere más esfuerzo para entenderlo?”. Y la culpa es sólo nuestra en tanto fuimos nosotros los que dejamos de hablarles, dejamos de contarles cuentos y empezamos a enchufarles videos VHS para que tomaran la papilla, para que no nos molestaran el domingo e incluso para dormirlos. Como decía: con una mano la sociedad les malacostumbra… ¡y con la otra les suspende! Pero la letra también se ha visto perjudicada por el sectarismo que campa por la prensa escrita, en tanto la mítica credibilidad que siempre se ha dado a todo lo impreso se esta empezando a cuestionar. Efectivamente, el “lo leí en un periódico” está dejando sitio al “lo ví en la televisión”. Y por si esto fuera poco, nuestras democracias parlamentarias están tomando una peligrosa deriva hacia democracias mediáticas, haciendo que el reino de la palabra (que era lo último que a uno le podía quedar, según nos decía Blas de Otero) empiece a dejar paso al reino de la imagen.Tres libros Y a propósito de Blas de Otero, acabo de llegar de La Habana, donde él residió durante un tiempo. Allí he tenido ocasión de que la hija del Ché, Aleida Guevara (o Aliucha, que es como su amigo Manuel de Rica suele sovietizar su nombre) me mostrara el humilde despacho de su padre en la última vivienda que habitó antes de renunciar al confort del vencedor. Sobre la mesa, además de un ajedrez un tanto heterodoxo, tres libros: Poemas de la prisión de Miguel Hernández, un ejemplar encuadernado en piel del "Canto General” de Pablo Neruda –dedicado de su puño y letra en el 61- y un Martín Fierro también de dimensiones generosas y de otro Hernández (esta vez José). Y todo ello me ha dejado bastante pensativo… Por supuesto, desde la prosaica perspectiva del marketing, que es lo que toca en esta columna. Y me explico: Si explorásemos el nivel de conocimiento e interés de nuestra juventud sobre los tres poetas y el guerrillero, con toda seguridad este último destacaría frente a los otros. De hecho, gran parte de nuestros jóvenes son consumidores de merchandising con la efigie de Ernesto Guevara. Lo que me sorprende es que, paradójicamente, el Ché admiraba a estos poetas, cuyos desaliñados rostros no venderían camiseta alguna entre nuestra juventud. No hay quien entienda este mundo en el que no sólo la imagen suplanta a la palabra, sino que también la iconografía está acabando con la poesía. De todas, todas. Marcos de Quinto es presidente de Coca-Cola España