O jugando a la ruleta rusa. O levantando al aire un dedo mojado en saliva. Las empresas con el año contable cañí están empezando a hacer ese difícil ejercicio de los planes a tres o cinco años. (¿Por qué nunca a cuatro?, me pregunto yo). El asunto siempre ha sido un tanto ridículo. Veamos. El CFO (director financiero del mundo mundial) lanza urbi et orbe su petición de planes a cinco años. El responsable de la oficina local, en muchos casos un profesional con más callo que un pelotari en la mano buena, reenvía la orden a su director de servicios al cliente.
Éste, agobiado por la cantidad de papeleo que su jefe le larga cada mes, suelta la petición al escalón inferior, los directores de cuentas. No está mal, puede pensarse, al final son los que están más cerca del cliente. Pero, teniendo en cuenta que los directores de marketing cada vez mandan menos, y duran en su puesto como mucho un par de años, la tarea se antoja inútil. Si es un director de cuentas a la antigua, lo más normal es que le pase el marrón a sus supervisores y estos a su vez pidan información a sus ejecutivos. Es decir, finalmente unos pobres mileuristas terminan por hacer un ejercicio de funambulismo numérico en un parque mientras trasiegan el contenido de su tartera Valira.Llegado este punto, la información vuela hacia arriba y, si acaso, será maquillada según le suene, por un director de cuentas de los de antes, y patada a patada llegará hasta el despacho del capo local. Éste, el del callo, volverá a retocarla para que se ajuste a su bonus y a lo que le ha sonsacado en la barra de un hotel a las cinco de la mañana a su colega de Milán o París. Y así país por país, hasta llegar al despacho del CEO en Londres o Nueva York. Éste, por fin con su executive summary en la mano se sentirá por fin a salvo a la hora de enfrentarse a los accionistas. Bueno, eso es lo que pasaba antes, pero uno espera que en estos momentos, tanto el CEO como el CFO dejen en paz a su gente mientras tratan de salvar, no el año, sino el mes y de paso sus propias posaderas. Si fuera así, estaríamos ante una de las pocas bendiciones de la crisis: millones de ahorro en hojas de papel y consumibles de impresora en todo el mundo. Genial, salvo que uno trabaje en HP o lleve su cuenta. Lo malo del capitalismo es que nunca llueve a gusto de todos. David Torrejón, director editorial de Publicaciones Profesionales(Para hacer comentarios sobre este artículo, seguir más abajo)