Eso es lo que un grupo de diputados franceses quiere que figure en las fotografías que sometidas a Photoshop y similares ingenios que aparecen en contenidos editoriales y publicitarios, e incluso en los envases de producto. Es decir, absolutamente en el 100% de la publicidad y en el 80% de los contenidos editoriales de importancia.
Detrás de la iniciativa está la cruzada contra la anorexia y la bulimia, causa justa donde las haya, pero bastante desenfocada en este punto. De salir adelante una medida parecida en España, me temo que lo único que conseguiría sería efectos colaterales y ninguno práctico. Los directores de arte de algunas revistas de moda (principales abusadores del look famélico, a larguísima distancia de las marcas) seguirían seleccionando mocitas esqueléticas y maquillándolas en plan post-mortem (¿soy yo o está reapareciendo esa moda?). No hace falta que las retoquen a las pobres. Mientras tanto, los anuncios serían más feos y sobre todo más caros. Allí donde la pericia de los fotógrafos ya no llega, ahora llega el Photoshop, por lo que las producciones se han abaratado enormemente. No tiene sentido un pack shot perfeccionado hasta el límite, como se hacía antes, si luego se le puede quitar las sombras, retocar el color, mejorar el brillo y hasta eliminar la mosca que se ha posado en el producto con una manita de posproducción. Esto no sería bueno para los anunciantes, pero sí muy bueno para los artesanos de la fotografía publicitaria, si es que queda alguno (ya sé que quedan, pero pocos). Y ¿qué decir de nuestras glorias editoriales del corazón? ¿Venderían igual con la portada mancillada por un “lleva cuarenta horas de photoshop” o “todo parecido con la realidad es pura coincidencia”? No, no venderían lo mismo. Y sobre todo nos amargarían la fiesta que nos traemos ahora imaginándonos que las protagonistas de la fotografía están aún más cascadas de lo que están en realidad. Comenzando por la señora esposa del presidente de la república vecina. Aunque me imagino que para ellas sería un descanso. Tras una portada de este tipo se deben de pasar veinte meses escondidas en casa para evitar a los fotógrafos, digamos, naturalistas. Pero, en fin, como la tontería es contagiosa, no duden ustedes de que en el momento en que lean estas líneas, se estará ya hablando de hacer aquí lo mismo. Y por supuesto, los de las teles no van a dejar pasar la oportunidad de hacer sangre a sus competidores gráficos.David Torrejón, director editorial de Publicaciones ProfesionalesPara hacer comentarios, ir más abajo.