La palabra trucho, heredada del habla rioplatense, ha hecho fortuna en todo el ámbito hispano de la comunicación comercial. Y ha tenido un valor enorme: el hecho de disponer de una palabra (recogida como adjetivo por la RAE, por eso la escribimos en cursiva cuando se usa como sustantivo) para calificar un hecho, nos ha permitido tomar más fácilmente conciencia del mismo.

Pero, hasta ahora, esa conciencia no nos había llevado más allá de una eterna polémica pre y post festivalera tan asumida que ya no era ni polémica. Como en otros casos de nuestro mismo sector (véase la remuneración de las agencias de medios) estábamos ante un pecado universal y por tanto admitido por todos hasta el punto de no verse como pecado.No sólo eso, sino que se ha llegado a hacer pública defensa del trucho en función de un supuesto beneficio general para el sector: se trata de que vean los anunciantes lo que somos capaces de hacer las agencias. A eso habría que añadir…sin briefing, sin condiciones de mercado, sin pretest, sin…En el fondo una respuesta que se puede calificar de infantil y a la vez de cínica respecto de los trabajos que concurren honestamente. No negamos que una muestra de ideas brillante sea de interés para animar la creatividad de las agencias o los anunciantes, pero eso se puede hacer dentro de una categoría específica, como tantas veces se ha propuesto.¿Por qué estamos hablando hoy de esto?. Obviamente por la repercusión de la campaña trucha de WWF y DDB, una trampa a dos manos, cosa que también se ha convertido en habitual. ¿Y por qué se monta tanto escándalo con este caso? Simplemente porque es el primero que ha traspasado la barrera de lo profesional y ha puesto al descubierto las vergüenzas del sector ante el público general, un público nada proclive a dejarse envolver por explicaciones sofisticadas. Es decir, se ha puesto al descubierto la última y cruda realidad: aquí se hace trampa y punto. Una trampa de la que todos se benefician: agencias, profesionales, festivales, anunciantes…una trampa endogámica que baja el nivel moral y ético de una profesión que no disfruta de un alto estándar de imagen, precisamente. La publicidad no puede sostener que no engaña al consumidor si reconocidamente se engaña a sí misma.¿Estamos ante el fin de los truchos? Mucho nos tememos que no. Los intereses son demasiado fuertes para que eso ocurra. Y es una lástima, pues se desperdiciará una ocasión de oro para acabar con este doping del sector que tanto lo afea.