La publicidad ha sido siempre una materia muy tentadora para el poder legislativo. Su cualidad de supuesta abusadora o, cuando menos, molestia universal la hace fácil objetivo de políticos deseosos de contentar a los votantes concediéndoles su protección. No es la primera y ni será la última vez que en estas páginas denunciemos la irresponsabilidad que conlleva entender la publicidad solamente como una amenaza, en lugar de como un potente y eficaz motor de la economía.
Un empresario que fabrica productos es un emprendedor digno de apoyo. Un empresario que los anuncia para venderlos es una molestia de la que protegerse. Curiosa paradoja. No puede decirse, además, que esta actitud obedezca a la ignorancia, ya que los partidos políticos se convierten en ávidos anunciantes dispuestos a asediarnos por todos los medios a su alcance siempre que hay elecciones. Y muchas veces excediéndose en el manejo de la herramienta.
En estos últimos tiempos y con motivo de la reforma del panorama audiovisual estamos asistiendo a una arremetida de primer nivel en la legislación que afecta a la publicidad. Se ha utilizado para ello las más de las veces procedimientos de urgencia, escaso o nulo diálogo con los implicados (reconocido por el Consejo de Estado) y nuevamente móviles ajenos al interés del mercado. En definitiva, nada nuevo y, por tanto, tan peligroso como siempre. En esta senda nos encontramos ahora, por ejemplo, con un artículo que en la futura Ley General Audiovisual limitará drásticamente el horario permitido para anuncios de productos y servicios dedicados a la estética.
¿A quién se le ha ocurrido semejante disparate? A un partido que tiene una sola diputada (UPyD) que ha negociado con éxito una enmienda transaccional. El sector implicado no sólo no ha sido informado, sino que se ha encontrado de golpe encima de la mesa con una amenaza inminente sobre su actividad porque, como suele ocurrir, la redacción del artículo es cuando menos interpretable. Así que, mientras las televisiones podrán informar con todo lujo de detalles, morbo incluido, y en horario infantil, de las operaciones estéticas de los famosos y celebrities, los legisladores descansarán tranquilos porque han protegido a la infancia de los anuncios de cremas adelgazantes.
¿Cuanto menos gravoso para todos no habría sido plantear un código de autorregulación a la industria afectada y haber discutido sobre ello durante el tiempo necesario? Se acaba de descubrir que los neandertales se maquillaban hace 50.000 años. Es bastante probable que por aquel entonces no hubiese publicidad para fomentar entre los menores semejante práctica de culto al cuerpo (que cualquier día se declarará políticamente incorrecta por cualquier político deseoso de quedar bien). Y sin embargo, la cosa ha llegado tal cual a nuestros días.