En el supuestamente frío mundo de los negocios se comprueba a cada paso cómo hay elementos irracionales que enturbian la toma de decisiones. Las fusiones y desembarcos transnacionales son el ejemplo más obvio. Y no hablo de esas grandes operaciones en las que hay intereses geoestratégicos por la transferencia de tecnología o servicios básicos de un país o de un bloque de países a otro, y que ha llegado a cuestionar operaciones tan inocentes como la venta de los todoterreno Hummer (de origen militar) a una compañía china.

En esta casa, por ejemplo, seguimos de cerca el proceso de recuperar Nielsen para intereses estadounidenses arrebatándosela a los holandeses de origen editorial (VNU, que fue propietaria de Anuncios) que habían adquirido la firma. Y no dejo de preguntarme qué ocurrirá en la orgullosa Gran Bretaña cuando se despierte un día con todas esas miles de sucursales bancarias luciendo el Santander sobre su puerta. Estas actitudes nos suenan poco deportivas porque en España hemos padecido décadas de ser comprados antes de aprender a ser compradores (si es que hemos aprendido).

La última operación ha sido la de Lactalis sobre Forlasa y aquí nadie se ha sentido herido. No sé qué habría pasado si una quesera española hubiera comprado al gigante francés. Me imagino que, además de orgullo herido, habría habido otros movimientos para entorpecer la operación, conocida la facilidad de los franceses para fabricar barreras artificiales con el consentimiento de Bruselas. El ejemplo equivalente de la pasión por el queso de los franceses es la adicción de los ingleses por el chocolate. Y allí tenemos el cabreo nacional por la compra de Cadbury por la yanqui Kraft. Y es que cuando la globalización va en sentido contrario al que se imaginan los más liberales, resulta que se convierte en un asunto nacional.

No sé si tiene que ver el orgullo herido (es una simple especulación) con los contenidos llenos de desprecio que últimamente le han dedicado a España revistas supuestamente objetivas y liberales como Financial Times o The Economist. Lo cierto es que el cariñoso apelativo de PIGS (Portugal, Italia, Grecia, España) no se les cae de la tecla, al igual que toda la retahíla de tópicos más rancios empezando por Franco y terminando por la Armada Invencible. Me pregunto qué ocurrirá si Alonso gana el mundial de Fórmula 1 por delante de Hamilton y Button.

David Torrejón, director editorial de Publicaciones Profesionales