Google, seguramente para no dejarnos mal, hizo caso de nuestro editorial de la semana pasada sobre la neutralidad de los suministradores de conexión a internet, y comunicó poco después su intención de hacerle la guerra a las operadoras con un proyecto piloto de red de cable de altísima velocidad para una ciudad de medio millón de habitantes. Fue la más perfecta réplica imaginable a las palabras de César Alierta amenazando esa neutralidad. Además de esa guerra en la que somos menos que peones, a mí me interesa el tema de la velocidad. ¿Por qué?
Han pasado quince años desde que en 1995, siendo director general de la AEA, tuve la suerte de organizar el primer seminario sobre internet para anunciantes. Eran tiempos pioneros, pero los mensajes no eran muy diferentes de los que hoy escuchamos. Yo mismo, cual aprendiz de gurú, me permitía escribir en una colaboración para el Resumen del Año de Anuncios cosas como ésta: “Imaginémonos un nuevo escenario en el que las grandes cadenas generalistas se diluyen en una multitud de ofertas de cable que puedan ir acompañadas de cualquier cosa, desde canales temáticos a videojuegos, pasando por supermercados virtuales, diarios informáticos actualizados permanentemente, revistas (o algo así) especializadas de bajo coste (prácticamente hechas por los propios lectores), etcétera”. O esta: “La diferencia entre el hoy y el futuro es que, gracias a la interactividad, lo que dejará de funcionar es la mala publicidad que basa su éxito en acumular impactos”.
Sin embargo, y a pesar de mi entusiasmo evangelizador, las conclusiones que extrajeron del seminario los anunciantes fueron más bien consevadoras: de momento, esto solamente hay que observarlo. ¿Por qué? Pues porque, frente a la palabrería, la experiencia real de la red con los módems de la época era la de dar pedales cuesta arriba con los frenos puestos. Luego vino el estallido de la burbuja y, hasta que la velocidad no abrió la puerta al vídeo, no entramos en la web 2.0. Y es que la velocidad es la puerta de nuevos servicios que hoy no podemos imaginar, igual que en 1995 no podíamos imaginar lo que daría de sí el invento. Google ha planteado una jugada maestra. Por un lado, reta a las operadoras en su terreno y pone a los usuarios, una vez más, de su parte con una promesa de ciencia ficción. Pero, sobre todo y más importante, crea su propio laboratorio real para definir la web 3, 4 o 10.0 de una tacada. Es un reto a la medida de sus ambiciones y de su excedente de capital.
David Torrejón, director editorial de Publicaciones Profesionales