Hoy ponen otro partido del siglo. Intento localizar esa tecla tan importante entre las cincuenta repartidas por el ridículamente pequeño mando a distancia. Necesito primero encontrar las gafas de cerca que no sé dónde c…he puesto. Ya las tengo. Creo reconocer la tecla, encima pone algo así como src, o prj, o snk. Algo así. Ahora tengo que tratar de cazarla con el dedo índice. Digo cazar porque mide apenas unos milímetros y mi pulso no es firme. Toco otra sin querer. En el televisor aparece una pantalla azul con unas letras arriba. Me coloco las gafas de ver. Pone RGB, HDMI o yo qué se. Vuelvo a intentarlo.

El partido seguro que ya ha comenzado. Vuelvo a las gafas de cerca. Ahora me aparece una lista larga de cosas. Gafas de ver. Empiezo a buscar el canal en la lista. Por fin lo encuentro. Gafas de cerca. Sigo las instrucciones que me ha dejado mi hijo en un papel. Al querer pulsar OK me equivoco. Un aviso de la pantalla pregunta si quiero hacer no sé qué. Sólo es entonces cuando por fin consigo darle al OK. Comienza entonces a sintonizar todos los canales. Le lleva cinco minutos. Oigo gol por la ventana.

Ahora me pregunta si quiero ordenarlos. Consigo decirle que no a la quinta intentona con sus correspondientes sintonizaciones. Estoy empezando a impacientarme. Termina, y la imagen va a un canal local donde una joven raruna tira las cartas. Voy dándole a la tecla de programas. Sólo son treinta canales. Por fin encuentro el que quiero. “Este canal está codificado”, parece que me indica. Leches, es verdad, tengo que encontrar el otro mando a distancia, el del decodificador de pago. No aparece. Otro gol. Por fin lo encuentro. No. Es mentira: es el mando del DVD y al darle se ha conectado y aparece un menú en muchos idiomas paradójicamente para que para que elija uno. Intento apagar el DVD. Surge un menú en polaco o algo así.

Me decido por el enchufe. Está detrás del mueble. Corro el mueble. Se cae la bandeja de porcelana con la imagen serigrafiada de los nietos y una máscara de Sargadelos. Todo se hace añicos. Tiro del cable y se desconecta todo, incluida la televisión. Me meto detrás del mueble. Otro gol. Se cae el reloj de sobremesa y su cúpula de cristal junto con sus pequeños mecanismos que se esparcen para mezclarse con Sargadelos y nietos. Consigo conectar el mazo de cables. Salgo de detrás del mueble. Vuelvo a colocarlo. En la televisión hay ahora un menú. No sé lo que dice. He perdido las gafas de ver en algún sitio. Quizás detrás del mueble. Lo corro. Esta vez se suicida la figurita de Lladró del niño y la niña que compramos porque se parecían mucho a nuestros hijos.

Se oye un ¡uyyy! por el patio de vecinos. Vuelvo a buscar el mando de la tele. Vuelvo a buscar la tecla que me indicó mi hijo. Ahí está. Pero con el cansancio aún parece moverse más deprisa que antes. Pulso botones al histérico modo. Surge en la pantalla un misterioso cartel. Creo que dice USB. Tiro el mando por la ventana. Como está cerrada rompo el cristal, que junto con los trozos de mando pasa alegremente a unirse a Sargadelos, nietos, Lladró, y reloj. Un trozo de algo me abre una brecha en una ceja.


Sí. Es gracioso, pero me gustaría saber cuántos telespectadores se están perdiendo por todo esto.

David Torrejón, director editorial de Publicaciones Profesionales