¿Os habéis fijado en los clips? Me refiero a esos pequeños objetos que suelen pasarse toda su infancia y juventud metidos en un cajón del escritorio. Esos a quienes la Historia siempre ha ignorado; y a los que los seres humanos, con una equivocada visión de la grandeza, hemos relegado a hacer un papel que no les corresponde, obligándoles a dormir el sueño de los justos dentro de una caja de cartón.
Hablemos hoy de esos objetos que nacieron sin dobleces, hasta que un tipo decidió retorcerlos de una manera innoble. Esos que se han pasado la vida uniendo más que separando; y que siempre han trabajado calladamente, manteniéndose al margen de las demandas, de las cuentas corrientes, de las sentencias dolorosas o de las cartas de amor.
Siempre arriba y a la izquierda; donde suelen vivir los clips y algunas personas de dudosa reputación.
Hace unos días (es lo que tiene el tener tiempo libre), me di cuenta de un curioso fenómeno que suele darse en los clips.
Uno compra una caja, la guarda en un cajón; y cuando la saca al cabo de un tiempo y los coloca encima de una mesa, en ese momento se da cuenta de que, misteriosamente, algunos de ellos se han juntado. Y lo han hecho ellos, sin que mediara ninguna mano.
No suele ser muy habitual el ver tres clips juntos. Normalmente suelen ir de dos en dos, y esos clips enlazados dan la impresión de que son los más felices del mundo.
La psicología --que siempre busca razones y necesita definiciones para poder justificar su minuta--, creo que le llama a ese fenómeno empatía del acero. Y parece ser que en el mundo paranormal y extrasensorial, definen esas uniones “como esas cosas de la vida a las que no hay que darles mucha importancia”.
Si los miras con atención, te darás cuenta de que esos clips que han ligado tienen ciertas coincidencias que van más allá de sus contornos brillantes, de sus redondeces previsibles o de sus curvas casi humanas.
Ésos son clips enamorados o amistosos a los que el roce unió de una manera caprichosa, hasta que una mano torpe decidió separarlos para siempre.
Cuando uno se percata de estas cosas, es difícil que pueda separar dos clips sin sentir que está haciendo algo feo con el orden mágico de la vida.
Dicen que el primer clip de la Historia se remonta a los bizantinos.
Muchos siglos después, en 1896, un tipo llamado Samuel Fay lo patentó en Estados Unidos y empezaron a utilizarse comercialmente en la industria textil.
Aquellos eran unos clips orgullosos y serios, a los que no les importaba que les pusieran etiquetas encima. Y es que aquellas etiquetas servían para diferenciar el algodón del lino o la seda de la organiza. Y, además, esas etiquetas solían acompañar a trajes de buen corte o vestidos bien patronados.
Hablo de otros tiempos, cuando los clips eran objetos de culto que sólo unos pocos podían tener en su casa.
Luego vino la fabricación en cadena de los clips (alguien vio negocio en eso). Así que de los trajes pasaron al papel, y su vida entró en la rutina de las notarías, de las salas de los consejos y de las conferencias de tipos que no tenían nada que decir. Pero aun así soportaron con paciencia y abnegación su cruel destino. Como siempre lo han hecho los clips bien nacidos.
Años más tarde, con la llegada de los ordenadores, alguien pensó que los clips podían tener una utilidad nueva. Cuando la disquetera no funcionaba, uno desdoblaba un clip, lo metía por el agujerito…y listo. Y para acceder al iPhone, lo mismo: uno sólo tiene que introducir un clip y ya se puede acceder a la tarjeta.
Daba la impresión de que la tecnología que había sido capaz de crear los microchips más rápidos y eficientes, necesitaba aun de esos pequeños objetos para poder funcionar correctamente.
Pero los clips que podían optar a aquellos trabajos más dignos aun seguían siendo los menos. La mayoría de ellos seguían sujetando trabajos de química, o tenían que esperar siglos a que alguien los necesitara para escapar de la cárcel de un cajón.
Soledad
Y tanta soledad no puede ser buena para nadie. Y menos para los clips que, como ya ha quedado claro, aunque tienen un cuerpo de hierro, su corazón es sumamente moldeable y sensible.
Así que, para que se pudiera enterar todo el mundo que no querían seguir viviendo en esa terrible oscuridad, teniendo que soportar una existencia tan vacía, un día se pusieron todos de acuerdo para joderle la vida a los humanos. Y lo hicieron a su manera, como buenamente sabían: uniéndose entre ellos.
Desde ese día, cada vez que uno va a coger unos clips para separar los textos de las tres líneas de campaña que se presentan a un concurso, puede que se encuentre con eso: con el amor acerado e incomprendido de dos clips. Si por un casual te da por separarlos, a lo mejor resulta que tu agencia no gana. Y luego es posible que te pases el resto de tu vida preguntándote en qué pudiste fallar. Pues en los clips. ¿En qué va a ser si no? En lo que solemos fallar todos cuando perdemos un concurso.