Tengo una amiga que regenta una empresa de animación para eventos. Contrata y coordina actores, músicos, magos, etcétera. Por lo que me comenta, no ha dejado de trabajar este año. Al contrario, no ha parado de colaborar en actos de empresa, algunos de ellos bastante curiosos, pero eso no viene al caso, y muchos en el marco de viajes de incentivo. Al caso viene que la semana pasada, en la entrega de los premios Evento Plus, una categoría quedó desierta por baja inscripción, los viajes de incentivo. Una sola campaña inscrita.

Mi conclusión: viajes de incentivo se han hecho, pero queda mal reconocerlo y aún peor presentarlos a concurso. Este toque de hipocresía está siendo una losa para el sector de la comunicación en general. Y aunque en este caso, al menos, no lleva a la supresión de una actividad, en otros, muchas cosas que se hacían se han dejado de hacer porque ahora queda mal hacerlas, no porque sea sensato suprimirlas. Las raíces de este comportamiento serían dignas de un tratado psicológico. A mí lo que más me provoca son preguntas. ¿Eran antes un despilfarro este tipo de acciones? ¿Es mejor tener una red de ventas desincentivada y evitar críticas internas, aunque se venda menos? ¿Es la actividad comercial en sus diversas formas un rubro que se puede suprimir sin efectos colaterales?


Creo, y es una hipótesis, que a los seres humanos nos resulta muy difícil reconocernos como en realidad somos, y actuar en consecuencia. Nos cuesta reconocer que para que un empleado o delegado venda más, necesita que se le ponga una zanahoria en forma de incentivo. Y que el coste del incentivo compensa. Nos cuesta creer que por sólo invitar a una fiesta de lujo a clientes se genere negocio, más allá de la calidad de nuestro producto. Yendo más lejos, nos cuesta incluso crear formas de organización, desde leyes a normas de comunidad de vecinos, que prevean los usos torcidos que algunos encontrarán. Es decir, tenemos una idea del ser humano políticamente correcta que no queremos revisar por mucho que la realidad nos ponga contra ella. Agarrándose a esta visión, exacerbada por la crisis, cualquier empleado puede despotricar contra un viaje de incentivo o una fiesta para clientes en un cinco estrellas, y se verá respaldado por ese buenismo antropológico tan en boga, desde el que es fácil deslegitimar cualquier iniciativa que, a su criterio, tenga un flanco criticable. Esto nos puede llevar a la parálisis.

David Torrejón es director editorial de Publicaciones Profesionales