¿Cuál es el target de nuestro anuncio? ¿Nos ponemos finos o metemos la directa? ¿Subimos el tamaño del precio o aumentamos la ironía? ¿Hacemos imagen o nos decantamos por la oferta? ¿Es posible hacer una publicidad decente teniendo una programación tan indecente? El Diario lleva nueve años en antena… y subiendo.
El tipo corría por el plató disfrazado de gallo, mientras que el público le jaleaba para que se diera un pico con una gordita pecosa, que estaba nerviosa porque la estaría viendo su pandi de Torrelodones.
Mientras la presentadora aplaudía la ocurrencia, las cámaras no se perdían detalle de la evolución de aquel fenómeno.
Sudoroso y cansado, el pájaro se acabó posando en el sofá con el pico ladeado y las plumas revueltas. Y después de hacer un gran esfuerzo, sacó de su tripa una pequeña cajita y se la ofreció a su amada.
Entonces, con voz meliflua, le dijo a la chica:
-- Que te quiero, Paqui. Que me quiero casar contigo… y te lo quiero decir delante de toda España.
¡Con tanto verbo y tanto pico cómo le iba a decir ella que no!
En ese momento, la presentadora ya empezaba a babear, mientras que la pecosa seguía abriendo la boca y los ojos de una manera tan exagerada, que parecía una mala copia, de una mala actriz, de una mala telenovela.
Y mientras tanto, la gente del plato seguía a lo suyo. Todos al unísono se pusieron a mugir, exigiéndole una respuesta a la rellenita ante tamaño despliegue creativo.
-- ¡Di-le-que-sí….di-le-que-sí…! – gritaban todos a coro, como si fueran una sola persona.
La de las pecas, que seguía con la boca exageradamente abierta, empezó a destripar el envoltorio que le había dado el pollo; y de una cajita de todoacien sacó un anillo de todoadoscientas. Y como ya no podía abrir la boca más, decidió cerrarla de golpe.
Y con lágrimas en los ojos le respondió:
-- ¡Posclaro que quiero, tonto!
Se dieron un beso sin lengua; mientras que el público, insaciable, les pedían un beso de tornillo. Al final se lo dieron, y una vez más la vida superó a la ficción..
Entonces la presentadora siguió con su speech:
-- Pues esto no es nada…¡Adelante, Amaro!
El personaje que entró en el plató también tenía lo suyo : el tipo era bajito, calvo, con bigote… y llevaba puesto un traje gris que estaba a punto de reventar, y que debía ser el mismo que llevó en su boda hacía más de treinta años. La ocasión lo requería.
Entró saludando al tendido, que no paraba de gritarle:
-- ¡¡¡Guapo, tío bueno, macizo…!!!
Después de tropezar con un escalón, el petronio se sentó en un sillón color naranja. Y antes de que la presentadora pudiera abrir la boca, empezó a mandar saludos a toda la afición.
-- A mis compañeros de la notaría y a Angelines, la de la huevería. Ah, y también un saludo para Rodrigo y Carlos… que si no lo digo me matan. A Nieves la de…
-- Bueno Amaro, cuéntenos. ¿Qué le trae por aquí?
Amaro se puso serio y dijo:
-- Pues que estoy enamorado de una mujer que no me hace caso, eso me pasa. Y hoy estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para que me crea.
-- Bueno, Amaro. Déjenos un momento…¡ y que entre Carmen! (ella cree que viene para hablar de mantones de Manila) – dijo la presentadora acercándose a la cámara, con voz de complicidad.
El público empezó a bramar cuando entró una señora de unos 60 años, que probablemente no había recibido un piropo desde hacía cincuenta y nueve.
-- Buenas tardes, Carmen. Me han dicho que tienes una colección de manteles de Manila impresionante.
-- Si – respondió ella. Desde pequeña siem…
La presentadora cortó de un tajo a Carmen:
--Ya entiendo, Carmen. Pero otro día hablaremos de eso. Hoy quiero que mires esa pantalla porque hay una persona que quiere decirte algo.
Carmen puso cara de asco cuando vio a Amaro en la pantalla, y su cara se transformó en indignación, cuando observó que llevaba un cartel en las manos en el que ponía: “¡Quiero que me quieras de una vez…!”
La presentadora, con cara de bebé recién comido, dijo:
-- ¡Que entre Amaro!
…//…
-- Bueno Amaro…tenías que decirle algo a Carmen, ¿verdad?
Amaro se sentó al lado de la mujer, cogió su mano, y a pesar de la cara de asco que tenía Carmen, le dijo:
-- Que como te he dicho ya muchas veces, Carmen,…te quiero y me quiero casar contigo. Y para que veas que no miento, hoy te lo voy a demostrar.
El del bigote dio un respingo, empezó a cimbrear sus 45 kilos, y al ritmo de nueve semanas y media se desabrochó la camisa, siguió con los pantalones … y cuando le salió el duende, cogió la corbata y empezó a darle vueltas por encima de su cabeza. Así, como gustándose a si mismo.
La gente no paraba de gritar “tiobueno”, mientras que Carmen seguía con la mirada clavada en el suelo, pensando que ahora sí la había jodido aquel tontolculo. Amaro, con los pantalones a la altura de los calcetines y con los zapatos puestos, se empezó a acercar al sofá dando pasitos de pingüino.
Y luego, como quien no quiere la cosa, cogió un ramo de rosas y se lo regaló a Carmen. La presentadora, que tenía la cabeza ladeada y los ojos llorosos, sólo pudo añadir esto:
-- ¡Qué romántico, señores! ¡Qué bonito! Vemos unos anuncios y volvemos en sólo cuatro minutos.