Aquella Nochebuena el Diablo Cojuelo tuvo mucho trabajo llevándose a gente en volandas. Su objetivo no era bajarlos al infierno, aún no, sino mostrarles el buen camino; mejor dicho, el mal camino.
A un banquero lo transportó hasta un reciente consejo en el que defendió redoblar la apuesta por los créditos hipotecarios compensando el riesgo con cláusulas de responsabilidad abusivas en letra pequeña. “Ha funcionado de maravilla. Una gran idea. Pero la gente ya no va a picar. A ver qué se te ocurre ahora”, le conminó.
A un ciudadano que acusaba de su ruina a los bancos y los gobiernos se lo llevó al pasado para que se viera a sí mismo el día en que le contaba a un amigo que iba a comprar cinco pisos. Anteriormente había adquirido tres que había vendido en seis meses por un 30% más. Su amigo le confesó que había dejado de ahorrar para comprarse un piso porque gracias a tipos como él los precios siempre estaban más lejos. “Así se hace –le felicitó el Cojuelo--. Pero aún no has terminado tu tarea. En cuanto recuperes algo, de eso yo me encargo, quiero que empieces a invertir en productos que apuesten a la baja, a la baja de la economía, a la baja de las empresas…siempre a la baja”.
A una funcionaria terriblemente crítica con cualquier reforma le puso delante los diez magros expedientes que había tramitado en los últimos seis meses. “¿Es que ahora quieres trabajar? –la increpó--. A este paso vas a tener razones para protestar y así no vas a tenernos contentos. Que no se repita”.
A un diputado veterano que estaba empezando a preocuparse por la mala imagen de los políticos, refrendada ésta por la muy diferente forma en que le trataban en su pueblo, tan lejos del reconocimiento de los primeros años, lo arrastró hasta el cuartel general de otro partido. Allí vio cómo se preparaban estrategias para torpedear las buenas ideas de los demás, con más empeño cuanto más buenas fuesen para los ciudadanos. “No te desmorones ahora, muchacho. ¿Qué significa perder unos cuántos conocidos mediocres? Nada en comparación con conquistar el poder. Sólo tienes que seguir haciendo lo de siempre, lo que hacen ellos”.
Y así fue haciendo toda la noche el Diablo Cojuelo con todo tipo de individuos. Como era un diablo travieso sabía que algunos de ellos serían capaces de verse a sí mismos como eran. Unos rectificarían y los perdería. Otros seguirían igual, y de estúpidos pasarían a malvados. Y para su carrera más valía un malvado en el infierno que treinta idiotas en el purgatorio.
David Torrejón es director editorial de Publicaciones Profesionales