Se está produciendo un cambio progresivo en el cafelito de media mañana en algunos bares, ese territorio vedado para los funcionarios por el secretario de estado Beteta: se empieza a ver gente escaneando códigos QR en objetos varios con sus teléfonos listos. Parecemos astronautas explorando con nuestros sensores un planeta desconocido.

El otro día mi vecino de barra matinal se bebió parte de mi Coca-Cola. Me pidió perdón azorado cuando se lo dije. “…es que me he despistado viendo lo que opinan los conductores del nuevo Honda Civic”. Yo le disculpé porque precisamente unos instantes antes estaba viendo si me descargaba la aplicación SmileWorld a la que había llegado desde la etiqueta de mi botella compartida accidentalmente.

El periódico se está convirtiendo en un amplio catalogo de códigos, y sus portadas en un potente generador diario de adrenalina y cortisol. Precisamente la portada del ejemplar donde mi compañero de barra y refresco había encontrado sus testimoniales de Honda, traía titulares de Bankia. Eso también ha sido un cambio, aunque mas imprevisible que el uso masivo de los códigos QR.

Hace tres años, en un congreso internacional sobre sostenibilidad y recursos naturales en la biblioteca Solvay de Bruselas, empecé mi intervención con la frase “Vengo de España, ya saben, ese país del sur que tiene el sistema bancario mas seguro del mundo”. (Entonces la audiencia se rió bastante, hoy hubiera debido decir “ese país del sur con la mejor liga de fútbol del mundo”). En aquel momento no existía la marca Bankia, no teníamos un futuro juntos, y no lo habíamos dejado de tener. ¡Ni siquiera sabíamos que teníamos una prima de riesgo! Ahora este indeseable pariente se nos ha metido hasta la cocina. La verdadera revolución en la república independiente de nuestras casas sería que la pudiéramos echar a la calle. Y cambiar la cerradura.

Prima
No se cuando aparecerá la prima pertinaz en el barómetro del CIS entre las mayores preocupaciones de los españoles. Hasta los indignados en la conmemoración del primer aniversario del 15-M han vinculado algunas de sus actuaciones a sus subidas. Ellos también representan un cambio en la manera de reivindicar. Me encontré a muchos de ellos en sus recorridos de ida o vuelta a la icónica Puerta del Sol. Sucedió en vísperas del aniversario, junto al teatro Alfil, en la calle del Pez, cerca del corazón del Madrid creativo y contracultural. La palabra mas utilizada en los medios para describir la reivindicación indignada de esos días fue festiva.

Cada entorno económico y social libera el vapor del descontento por diferentes conductos. La primavera árabe, con confrontación traumática; la disconformidad alemana, con resultados electorales piratas, y la indignación celtíbera, con creatividad lúdica. La característica mas interesante de los indignados (que parecen no estarlo realmente) es que consiguen un alto ratio de GRP gratuito /manifestante, creando conceptos memorables e historias atractivas on y off line. Parece un ejemplo estimulante para el sector de la comunicación. En términos de innovación reivindicativa, lo mismo que en fútbol, estamos a la vanguardia mundial.

El Alfil mencionado anteriormente también supone un cambio de modelo en el ámbito teatral. Como solo tiene doscientas butacas, para sobrevivir tiene que llenar siempre, con varias funciones diarias. Y crear¬ fidelidad entre su público, ajustando precios, promoviendo montajes atractivos pero económicos, intercalando actuaciones en función del horario y el per¬fil del espectador, y sirviendo copas para que te las tomes durante el espectáculo. Ha tenido que reinventarse para sobrevivir y medrar a partir de su restricción inicial.

Algo parecido le sucede a TVE huérfana de publicidad, y sin embargo o precisamente por eso, vivero de cambios en formulas de comunicación. Sin ir mas lejos, cada vez que veo a Santiago Segura me lo imagino peleándose con la prima de riesgo por un bocata de chacinas Campofrío.

Inteligencia emocional
El teatro se adapta bien a la crisis, tal vez porque siempre ha estado sumergido en ella, y por tanto tiene el culo hecho a azotes. Además, practicado como profesión o como a¬ ción, entrena las dimensiones de la inteligencia emocional, que al final son las importantes para hacer frente a las vicisitudes y adaptarse a los cambios. La gente amante del teatro es más feliz que el promedio.

En cambio, no estoy seguro de que suceda lo mismo entre los aficionados al fútbol. Probablemente porque solo gana uno y para que esto suceda tienen que perder los demás, cuyos hinchas se quedan hechos polvo, llorando como magdalenas. Habría que implantar un cambio en el fútbol para favorecer la vinculación entre los resultados del equipo y el entusiasmo diligente de sus hinchas. Porque a ver, si uno enronquece a base de animar, aporrea un bombo, se pinta la cara, se tatúa el cuerpo con los colores de su club y lleva una bufanda con su escudo a 38 grados centígrados, ¿cómo es posible que pierda? Muchos aficionados al futbol cuando animan a su equipo y no gana, deben sentir una frustración parecida a la que sufren algunos indignados cuando golpean la cacerola hasta dejarla hecha cisco y no salimos de la crisis.

Yo, en cualquier caso, hago rogativas para […] ganarla porque sí que nos levantaría el ánimo tanto o más que el abnegado apostolado de Santiago Segura. Y perderla seria peor que tener la prima de riesgo por encima de 600.

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