Bajo el título sociedad diluida recojo una serie de tendencias y síntomas de nuestra sociedad que, lejos de hablar de una sociedad líquida, más bien dibujan una sociedad diluida y licuada: renuncia a escuchar, igualación, carencia de ideales, decadencia de lo común.
Renuncia a escuchar
Todos los días escucho a mi alrededor a alguien que me dice que no compra el periódico, que ya no conecta la televisión, que no quiere escuchar lo que dicen nuestros políticos ni los contertulios de tal o cual programa; percibo a mi alrededor indiferencia y descrédito frente a las medidas que se proponen para salir de la crisis; oigo con frecuencia la frase “¿esto cuándo va a parar?”, “¿alguien sabe cómo solucionarlo?”.
Toda esta indefensión, la constatación de que nadie sabe cómo salir de la crisis – puesto que las recetas son muchas y muchas veces contradictorias – la experiencia de que es tan cierta una realidad, un valor como su contrario están llevando a nuestra sociedad a una práctica y a una actitud harto negativas: la renuncia a escuchar
No escuchamos porque todo lo que hemos escuchado se ha demostrado improcedente para solucionar la crisis económica y social y la problemática personal y empresarial que conlleva; no escucharnos porque hemos perdido la fe en la palabra (en la palabra de nuestros dirigentes, de los que ejercen el liderazgo, de los medios de comunicación); no escuchamos porque todo es contradictorio; no escuchamos porque estamos hartos de escuchar. Esta sociedad ha renunciado a escuchar.
Vivimos en una sordera paralizante, donde el síndrome del cascarón de huevo se hace cada día más resistente a cualquier intento de salir de nosotros, conectarnos con los demás, tener fe en algo o en alguien. Escuchar de siempre ha incomodado, pero últimamente se ha demostrado – al menos a escala social – que es improductivo. Y esto se ha contagiado a los diferentes estratos sociales: los políticos no escuchan, los empresarios no escuchan, los medios de comunicación no escuchan, no nos escuchamos a nosotros mismos.
Y para recuperar la escucha, escucha esencial para salir de nosotros mismos, para generar energía, para ilusionarnos hace falta dos cosas: fe y ejemplaridad: ejemplaridad primeramente para posteriormente recuperar la fe en la palabra, en la escucha y a través de la escucha abrirnos a los demás.
Igualdad
La igualdad forma parte de los tres grandes valores que promulgaba la revolución francesa: “libertad, igualdad, fraternidad”. Siendo una aspiración sociológica y económica de cualquier sociedad avanzada, su mala lectura y interpretación, la consideración simplista – y políticamente correcta - de la igualdad está provocando efectos altamente negativos.
Bajo la bandera de la igualdad se está degenerando en igualación; igualación sin distingos, matices o diferencias. La consecuencia de todo ello es que estamos asistiendo a un movimiento de destrucción, de anulación de todo aquello que destaca, se singulariza o individualiza; se anulan las polaridades, lo perfilado y lo definido a favor de la igualdad: así, conceptos que constituían soportes de conducción de una sociedad, como masculino–femenino, roles, sexo, identidad… se están diluyendo o cuando menos están perdiendo diferencias.
Se está creando una especie de magma común, fruto de esta desaparición de las diferencias, donde las identificaciones son imposibles porque no hay resortes donde anclarlas. La identificación, el modelo, la imitación, se construyen y se dinamizan sobre la base de las diferencias y de la singularidad.
Esta sociedad diluida, diluida en sus valores, resortes, ideales… no permite que el individuo se ponga en juego; el individuo se pone en juego cuando se separa y desgaja de la masa. Mientras tanto está camuflado, enmascarado en el magma de la indiferenciación. Y es que además con la tendencia a la igualdad se pierde emoción, se pierde la emotividad de la elección (donde no hay diferencias no es posible la elección; más bien lo que predomina es la imposición.)
Ideal del yo-Yo ideal
El ideal del yo vendría representado por la fórmula “aquello que me gustaría ser de mayor”. En los adolescentes y jóvenes hay un proceso previo de búsqueda de lo que ofrece la sociedad y que les gustaría adoptar o imitar. El yo ideal viene a ser lo que las figuras paternas quieren que sean sus hijos. El deseo de los padres, el imaginario que los padres hacen del futuro de sus hijos da lugar al yo ideal. En uno y en otro caso, nuestros jóvenes y adolescentes encuentran dificultades para trabajar el ideal.
En el caso del ideal del yo hay dificultades, primeramente porque estamos en una sociedad donde no hay ideales y no existen figuras que generen o convoquen ideales. Los ideales nacen de la renuncia al ámbito exclusivo de lo privado, de la renuncia a la exclusividad de lo mercantilista; nacen de la primacía de lo común frente a lo individual; la cesión, la renuncia y la autoexpropiación del individuo a favor de los demás.
En segundo lugar existen dificultades en la construcción del ideal del yo por la incapacidad de las personas de ver y de sinterizar. Hay demasiadas cosas, demasiados estímulos, que al no destacar, al no ser singulares y relevantes –por esta tendencia a la igualación– es difícil seleccionar; y pese a que estemos en una sociedad donde las posibilidad de información y de conocimiento sean las mejores que nunca han existido, choca contra la dificultad de la síntesis. La síntesis es la gran carencia de nuestro tiempo y lo que impide sacar todo el rendimiento a la información y al conocimiento.
Para el caso del yo ideal, la crisis en la que estamos inmersos ha dejado sin argumentos a los padres. ¿Qué pueden los padres soñar para sus hijos cuando hay un fracaso de su propia historia vital? Es difícil construir ideales para los hijos cuando ha fracasado el modelo que te sostiene.
Richard Sennett, en La corrosión del carácter, habla de los cambios que se están produciendo en el ámbito laboral y cómo esos cambios están afectando a la formación del carácter y la construcción de la identidad. En un pasado no lejano, la rutina en el trabajo, la repetición de las actividades de ocio y descanso a lo largo de las semanas y de los meses, con sus valores de esfuerzo, trabajo, compromiso y sacrificio…. construyeron el concepto de largo plazo. Y quienes así desarrollaban su vida, creaban un relato de identidad e historia vital, que sus hijos heredaban.
¿Qué ejemplo, qué modelo de vida y valores podemos inculcar a nuestros hijos, cuando el mundo laboral, el mundo del ocio y del descanso es tan tremendamente inestable y cambiante? ¿Qué herencia les voy a dejar a los hijos cuando, para hacer frente a las realidades actuales, el desapego y la cooperación superficial, el cortoplacismo, el presente inmediato sin proyección de futuro son las mejores defensas de las que dispongo? ¿ Qué relato de identidad e historia vital les puedo suministrar?
Decadencia de lo común
Lo común, la comunidad, lo público… está en declive; es un valor que cada día está perdiendo fuerza, presencia e importancia. Y es que lo común, lo público, la comunidad… son conceptos antagónicos o contrarios a la corriente imperante que es la mercantilización. La mercantilización supone relacionarse con cualquier actividad o propuesta desde un punto de vista económico.
Todos hemos experimentado y nos hemos relacionado en actividades y transaciones donde lo dominante es lo mercantilista y a nadie le extraña que el dinero y sus afluentes sean la medida y la clave de esa relación: precio, interés, rendimiento, presupuestos, recortes, ajustes….
Existe otra área, más cercana y relacionada con lo común, con lo comunitario, donde la clave y el valor de esta relación radica en la generosidad, el desprendimiento, en la ayuda, en la cesión, en la expropiación del individuo a favor de los otros. La idea de comunidad (comunidad de vecinos, comunidad autónoma, comunidad internacional), la génesis de las ONG, la filosofía de ciertas fundaciones… implica el que se sitúen más cerca del desprendimiento, del hacer por otros motivos que no sean exclusivamente mercantiles.
La progresiva decadencia de lo común, de la idea de lo comunitario, y por la tremenda resistencia a la cesión y a la generosidad está consiguiendo que el individuo mercantilizado, la sociedad mercantilizada, las instituciones mercantilizadas, el Estado mercantilizado sean las referencias de nuestro tiempo.
La comunidad, lo común no es un área que se trabaje, dignifique y recupere, ni desde las instituciones, ni desde el Estado, ni siquiera desde las prioridades del propio individuo. Un ejemplo claro lo tenemos en la evolución de la pareja: cada cual tiene su piso ( o el piso de sus padres ), cada cual tiene su cuenta corriente, cada cual tiene sus amistades, sus relaciones, su vida. Como individuos no se identifican con un proyecto de pareja (cediendo, poniendo en común, renunciando ). Esta idea de pareja es el fruto de una visión mercantilista de la misma que luego se extiende a otras instituciones y ámbitos de la sociedad.
Dan Ariely, en Las trampas del deseo, demuestra por qué nos gusta hacer cosas, pero no cuando nos pagan por ello. Pone una serie de ejemplos donde la gente se esfuerza más por una causa (amistad, ayuda, experiencia emocional, identificación con el más necesitado) que por el dinero; me referiré a un ejemplo que cita en su libro: la asociación de jubilados de Estados Unidos preguntó a algunos abogados si estarían dispuestos a ofrecer a los jubilados necesitados unos servicios más baratos (sobre unos 30 dólares la hora). Los abogados dijeron que no. Cambiaron la petición a los abogados: les preguntaron si estarían dispuestos a ofrecer servicios gratis a los jubilados necesitados y respondieron que sí por abrumadora mayoría.
Me pregunto si esta sociedad en la que vivimos, con su manía de poner precio a todo (a la sanidad, a la educación, a la convivencia en pareja, a las relaciones familiares, al reciclaje, a la limpieza,…) no estará produciendo los efectos contrarios a los que se esperaba. Y me pregunto si en vez de alimentar la sociedad mercantilista, al individuo dolarizado, los gobiernos, las instituciones no deberían poner recursos para realzar, reinventar y resucitar la idea de lo común, de la comunidad… –por cierto uno de los logros importantes del movimiento 15M es la de fomentar la participación, las asambleas por barrios– como fórmula más efectiva de salir de la crisis, y construir una sociedad más generosa, desprendida y abierta.
¿Y ahora qué? ¿Nos quedamos con la sociedad diluida, y nos conformamos con lamernos las heridas? Sinceramente creo que podemos hacer mucho.
Podemos romper el cascarón en el que estamos envueltos y nos aísla de los demás dando ejemplo, actuando, no buscando justificaciones a lo que hacemos; actuando con verdad y honestidad en los ámbitos en los que tenemos influencia: en la familia, en el puesto de trabajo, como vecino, como ciudadano. Recuperar la escucha desde la actuación; y que muchos ejemplos concretos construyan ideales. Debemos romper este círculo pernicioso por algún sitio.
Lo singular, la singularidad debe ser la base de la recuperación de lo común. Lo común como lo que nos falta, más que lo que tenemos. Construir lo común desde lo singular, desde lo definido y perfilado, no desde lo indiferente. Trabajemos por lo que creemos y por lo que nos ilusiona, aunque vayamos en contra de lo que nos domina. Una cierta violencia es necesaria; lo fácil es dejarse arrastrar por la corriente.
Mauro González es socio director de Punto de Fuga, Investigación Prospectiva