La publicidad es un arma cargada de pasado, de presente y de futuro y la radio, una ventana abierta de par en par, a la que puede asomarse sin miedo a caer en saco roto.

La radio y la publicidad son amantes bien avenidos desde que existen los cuernos, pero sin engaños, porque en la mayoría de los casos se trata de cuernos de la abundancia, para unos y para otros.


Si la radio es fantasía e imaginación en si misma, no cabe duda de que este medio es el caballo de Troya ideal para que un mensaje publicitario se cuele en nuestros oídos sin ser visto. En cuestión de vender la radio también gana en credibilidad.
La publicidad no deja de ser información, la única manera que tienen ciertos productos de ser portada, pero no está reñida, todo lo contrario, con el entretenimiento y la creatividad que requiere su puesta en antena. Ahí es donde los profesionales de las ondas tenemos la obligación de envolver con aire fresco y viento a favor el mensaje que el cliente abrocha a nuestra voz con toda confianza.


Yo me declaro un incondicional de la publicidad en la radio sin obviar que también se hacen cosas inaudibles. Creativos y prescriptores estamos condenados a entendernos y trabajar cuña a codo para que programas y contenidos publicitarios se entiendan y no se estorben.


Cada vez más los oyentes entienden que la publicidad es el fin del medio y viceversa si quieren seguir escuchándolo. La publicidad nos da una independencia que depende de ella. Es un círculo más práctico que vicioso.

La radio y la publicidad están hechas la una para la otra, aunque no deben perder el equilibrio. Además, como me dijo en una ocasión una amiga saliendo del baño, bañada en carmín y sombra de ojos; "la que no se anuncia, no vende" y la radio vende mucho y bien, incluso despeinada.

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