Las cuestiones relativas a la enseñanza y la educación no suelen ser fuente de buenas noticias en nuestro país: la incapacidad de los gobernantes para dotar a materia tan básica de un marco legislativo estable que a la vez propicie una enseñanza de calidad, las aparentemente irresolubles diferencias de criterio con algunas comunidades autónomas sobre este asunto y el goteo de informes internacionales sobre el nivel de conocimientos de los estudiantes que de manera recurrente colocan a España en un mal lugar son factores que, combinados, llevan tiempo conformando un panorama más bien gris sobre la educación en España.

 A ello se suman los recortes que en los últimos años vienen sufriendo los presupuestos públicos destinado a la materia, en todos sus niveles, desde la educación primaria a la superior. Al propio tiempo, se dice con insistencia que la juventud española, esa a la que en muchos casos las circunstancias obligan a buscar fuera un horizonte profesional que aquí es poco alentador, es la mejor preparada de la historia. Si bien asegurar esto es difícil, sí parece claro que es la generación que mayor número de horas ha pasado en las aulas, sean colegiales, universitarias o de centros de posgrado.

¿Les está dando todo eso suficiente preparación? Varios directivos de agencia hablan en este número, en el que se dedican unas páginas especiales al asunto de la formación, sobre las carencias que detectan en los jóvenes que acceden a sus compañías para vivir en ellas su primera experiencia laboral. De sus respuestas se deduce que esas horas en las aulas que ha pasado la actual hornada de profesionales nuevos se notan y que, en consecuencia, su formación académica es adecuada, especialmente, precisan, en aquellos que tienen claro su interés por cuestiones tecnológicas y han seguido formación específica en ese sentido.

Echan en falta mayores conocimientos de la práctica profesional y esta es una cuestión que propicia una doble reflexión: una, que se trata de una queja recurrente que la oferta docente trata de paliar (como puede comprobarse en las respuestas que directivos de escuelas de Marketing y Publicidad han dado a una encuesta remitida por Anuncios y que se publica en este número); y dos, que la dura realidad actual de las agencias parece dificultar mucho que se lleve a cabo en ellas, con el debido ritmo, el proceso de aprendizaje de conceptos y procesos por el que debe pasar cualquier persona que se incorpora a su primer puesto de trabajo. Se diría, en cualquier caso, que la inexperiencia es una carencia lógica, pero no lo es tanto otra que detectan los directivos consultados, y es que falta un nivel adecuado de inglés, una cuestión que seguramente depende mucho del interés personal y que sin duda a estas alturas ya no debería representar un problema para ningún joven español que desee trabajar en el sector.

La buena cultura publicitaria y el conocimiento de los nuevos medios (y no solo como usuario, evidentemente) son otras virtudes apreciadas por los empleadores de las que deberán tomar nota los futuros publicitarios y quienes pretenden enseñarle a serlo, los centros docentes. La crisis y la revolución tecnológica han dado un gran impulso a este sector, en el que crecen la oferta, las opciones y la especialización. Ojalá sepa adecuarse a la demanda de estudiantes y empresas y, en adelante, las noticias sobre el mundo de la formación en nuestra industria sean más alentadoras que las de la educación en general.