A veces pienso que nos dedicamos a hacer olas de mar. Pensamos que son mares, pero sólo son olas. Olas que llegan a la playa y desaparecen sin dejar rastro. Como si nunca hubieran estado allí. De repente mucho lío, incluso un gran estruendo pero que dura segundos y se va sin dejar rastro.

Eso me lleva a desarrollar la idea y caigo en algo que me anima más, casi me da la justificación de todo el tiempo que llevo dedicado a hacer olas, intentando que sean altas, continuas y lo más ruidosas que sepa y pueda: de acuerdo, hacemos sólo olas, pero las olas dibujan la costa, cambian una playa, allanan un arrecife, suavizan una cala... vamos, que tienen su efecto en la sociedad que las recibe, la moldean.

¿Cuál es mi frustración? No quiero pasarme la vida haciendo olas, más grandes o más pequeñas, más rompedoras o más suaves, más altas o bajas. Una vez y otra. Sin dejar nada. Lo veo muy limitado.


Los arquitectos dejan su huella en el tiempo, para bien o para mal. Su mano perdura. Sus ideas quedan. Su pensamiento perfila nuestra vida. Los diseñadores también. Sus hallazgos nos ayudan, hacen que nuestra vida sea mejor, más fácil, más rica, amplían nuestros límites.

Nosotros no. Nosotros trabajamos con recuerdos y esperanzas. El recuerdo de aquello que hicimos y la esperanza de aquello que haremos. Nuestro presente es efímero, como todo presente que se digne.

Sabéis que soy de los que pienso que nuestro trabajo, la disciplina que se supone que dominamos, puede y debe dar para mucho más. ¿Por qué la comunicación debe ser efímera? ¿Está condenada a eso? Las palabras quedan en los libros, en la memoria, en las estanterías, en las bibliotecas. Las imágenes, en los museos, en las paredes, en la memoria colectiva. Nosotros trabajamos con las palabras e imágenes y parece que nada queda. Y si queda, apenas cuenta.


No hemos conseguido trascender. Quizá nuestro trabajo no lo merezca. Y sin embargo, su influencia social es innegable y, en mi opinión, mayor que la de otras disciplinas. Es extraño.


Se puede llegar a pensar que la materia comercial con la que trabajamos no tiene el valor social exigido para perdurar. No interesa más allá del momento de la compra. Sin embargo, nuestra labor sí moldea una sociedad. Si un marciano llegara a la Tierra y quisiera conocer la civilización que la habita, se llevaría una idea más completa viendo la publicidad de ese momento, y de todos, que yendo a una biblioteca. Una obra literaria interpreta en momento social, la comunicación lo refleja, como un espejo.


Quizá nuestro trabajo sólo consista en adelantarse unos segundos a las necesidades sociales, sólo unos segundos, segundo tras segundo, eternamente. Y quizá por eso muera tan rápido. Quizá por eso pierda su interés de forma tan fugaz. Quizá, nuestra necesidad de estar pegados a la actualidad para ser eficaces condene nuestra labor. Quizá no podamos aspirar a ir más allá de hoy. ¿O sí?


Actualidad


Parece que para transcender, para dejar algo, tienes que escribir libros, construir edificios, diseñar objetos, hacer películas o series, esculpir, pintar, dibujar o hacer una de las mejores aplicaciones del mundo. Y escribir, pintar, filmar o diseñar sin dejarse arrastrar por la caprichosa y efímera actualidad, sino adelantándose a ella o pensando en algo más grande, más universal, más genético, más humano. ¿Y nosotros?


¿Qué haces realmente, papá? Anuncios. ¿Cuál? Uno que salió la semana pasada. Pues no lo vi. Pues ya no existe.
¿No hacemos nada? ¿No pasa nada con lo que hicimos y hacemos? Parece una comedura de tarro que no lleva a ninguna parte, sin embargo creo que sólo desde este punto de partida, sólo cuestionándonos nuestra misión, podremos acercarnos a nuestra verdadera labor, viéndola más nítida. Por lo menos yo.


Nuestros mensajes pueden llegar a multitudes, masas, millones de mentes. Podemos crear tsunamis (evitando el factor destructivo. O sin evitarlo). Creo que sólo necesitamos ser conscientes de esa importancia. No sólo por perdurar, vano egoísmo, sino por elevar la razón y el valor de nuestro trabajo.
Todo lo demás son olas.