Como prometí en mi anterior columna pongo un ejemplo de eso que denominamos marketing y formas de vida. O como adaptar aquél a éstas. Eso que se dice por ahí es verdad: “A los chinos no les gusta el café”.

Creo que en un año viviendo en China llevo bebido más té que en el resto de mi vida. Y no es solo por aquello de “Donde fueres, haz lo que vieres” sacado de la sabiduría del refranero español. Es que tiene mucho que ver con la dieta. Y la dieta con la cultura, y la cultura con la historia. Y la historia tiene mucho que ver con el tiempo. Son muchos siglos bebiendo té, mientras que en el hemisferio occidental, apenas hace quinientos años que bebemos café. Vaya usted a explicar a los chinos que el café es mejor, y luego me cuenta lo que le han dicho. Y es que le llaman (Chá: Té) a una bebida caliente, lleve té o no.


En una de mis primeras reuniones aquí, me ofrecieron té y dije que ¡¡sí, muchas gracias!! Me trajeron una taza con agua caliente, igual que para el resto de los asistentes a la reunión. Yo esperé un rato a ver si traían la bolsita o unas hebras u hojas de té, pero no. Cuando vi que los demás se bebían el agua caliente, deduje que eso era el té. Y es que los chinos, generalmente no beben agua fría, porque dicen que sometes el estómago a un esfuerzo innecesario al tragar algo que altera la temperatura del órgano.


Yo, que soy un Tauro tozudo, me empeñaba reunión tras reunión en pedir agua fría, ya que las alternativas eran o té o agua caliente. Pues no os imagináis que problema. Se tenían que ir a buscar hielo a una nevera, para que yo pudiese satisfacer mi occidental costumbre. Como a mí el agua caliente así a pelo me sabe a rayos, he decidido ir tomando té a lo largo del día para no crear innecesarios problemas de logística. También resulta que lo que mejor le va a la cocina china es el té muy caliente, o no beber nada. Y eso es algo a lo que os aseguro que uno se acostumbra y que incluso llega a apreciar mucho. La verdad es que ya hace muchos años que comprobé lo del té para comer, pero era algo que solo hacía de vez en cuando en un restaurante de un amigo chino en Barcelona, y por complacerle, mayormente.


Ya he conseguido adquirir costumbres nuevas alimenticias, pero sin querer renunciar totalmente a las antiguas. Yo si no desayuno café, no razono el resto del día. Bueno, con café tampoco soy un prodigio al respecto. Y empecé con el café soluble. Yo, al Nescafé le encontraba un sabor raro, debido a los gramos de chocolate que le añaden para que les guste a los chinos (según me explicaron por aquí). Y me fui a una cadena de tiendas para guiris denominadas City Shop, donde encuentras hasta atún Calvo y aceite Borges, y allí me tiré de cabeza al Maxwell House soluble, el cual tengo que decir que, aunque en España me parecía un sucedáneo muy alejado de una buena infusión de café de Etiopía, me pareció un manjar del cielo.


George Orwell


Un buen día estoy transbordando en el metro en la gigantesca estación de People’s Square (el centro neurálgico de la ciudad), donde lo que ves te recuerda a la imagen que te sugería la lectura de 1984 de George Orwell, y me doy de bruces con una tienda de café en grano. Colombia, Etiopía, Costa Rica, Brasil, Jamaica (Blue Mountain), cafeteras de filtro fijo, de papel. Molinillos. Le fui pidiendo a la vendedora de 100 en 100 gramos de cada variedad para pasar allí un ratillo largo oliendo ese aroma maravilloso que hay en las tiendas de café. Y ahora ya desayuno café, y cuando vuelvo a la ofi cina me tomo un Nespresso que después he descubierto que también está aquí aunque a precios de oro para lo que es el país. El resto del día me hago el chino, y me he comprado uno de esos vasos de infusión que conservan el calor por dentro y no te quemas por fuera, y con una rejilla para que las hojas de té no te caigan a la taza, y así voy haciendo pis cada 30 minutos porque el té es tremendamente diurético. Mi médico dice que eso es algo muy bueno para el riñón.


Todo esto lo cuento para situaros en el contexto que tuvo que analizar Starbucks cuando decidió venir a China. Claro que ya venían de una experiencia, aunque no tan tremenda, como era la de Reino Unido. Una vez estuve en una conferencia impartida por la responsable de lanzar la marca en UK. Y recuerdo muy bien que explicó “Cómo tuve que afrontar el reto de crear una red de ‘coffee shops’ en un país donde lo que se consume es té”.


Creo que es una fórmula similar a la de China: teniendo una carta de tés mucho mayor que la de cafés. Y utilizando el chocolate, la canela y la nuez moscada como instrumento de mejora de sabor.


La pastelería y bocadillos son una mezcla de gusto oriental y occidental, y como en todo el mundo, te ofrecen conexión wifi gratuita y no te echan cuando llevas dos horas sentado en sus confortables butacas, con tu ordenador y una taza de té como todo consumo.


O sea, sí puedes exportar un hábito al país, pero convenientemente retocado, adaptándolo muy bien a sus hábitos y formas de vida, y con valores añadidos. Por cierto, Starbucks aquí resulta carísimo, y si no te importa pagarlo, una buena parte de las caras a tu alrededor son caucásicas. Es curioso cómo nos miramos unos a otros los pocos occidentales que vivimos aquí. Como si fuésemos de la familia.