En Arco 2015 se expuso en una de las galerías un vaso de agua medio lleno colocado sobre una madera. Llamaba la atención su precio: 20.000 euros. El propietario de la galería justificaba este precio “por la ley de la oferta y la demanda, por ser una pieza única y por la certificación del artista” (la certificación del artista incluye libro de instrucciones de cómo se instala, en qué condiciones… etcétera, etcétera).
El artista de la obra, Wilfredo Prieto, expuso en la Bienal de Estambul Escala de valores: se trata de vasos de plástico con restos de agua, cerveza, Coca-Cola, vino y ron. Se pagaron 20.000 euros por esta obra.
Más allá de las razones que los propietarios de la galería aducen para justificar el precio (vienen a decir que bueno, si hay alguien que lo paga, pues es que lo vale ) y obviando el valor artístico de la obra, sí me interesa su valor simbólico y la provocación que representa el precio de la misma. Si “ el arte es el deseo de animar la realidad y representar un tipo alternativo de vida”, ¿qué nos quiere decir esta obra?, ¿qué sacude esta obra en las conciencias de una sociedad obesa, consumista y mecanicista?.
¿20.000 euros es una cantidad escandalosa por medio vaso de agua? En realidad es una ganga. Estoy de acuerdo en que es desproporcionado si sólo miramos el vaso o la tabla o incluso si la consideramos arte. Pero si la miramos con otros ojos y descubrimos lo que nos quiere decir el autor, nos daremos cuenta que es una ganga.
Desde mi punto de vista, lo que descubre esta obra es que nos hemos olvidado de nuestras necesidades reales, que vivimos al margen de las mismas (necesidades fisiológicas, psicológicas, sociales…). Descubre que al olvidarnos de nuestras auténticas necesidades, los objetos que cubren esas necesidades han ocupado el sitio de la necesidad misma; es por eso que la obra de Wilfredo Prieto, vasos de plástico con restos de cerveza, agua, vino, ron, se titula Escala de valores: todo pasa como si la honestidad, el esfuerzo, la confianza, la sostenibilidad o la transparencia se quedasen reducidas al consumo de productos u objetos que han ocupado su lugar; y por mucha bayeta que te compres, si eres corrupto, no vas a convertirte en ciudadano ejemplar.
Es esta una sociedad que vive al margen de las necesidades: no sabe qué es la sed, ni el hambre, ni la seguridad, ni el amor. Hemos perdido la noción del tiempo a base de fijarnos en la marca de los relojes o en su correa. Y la vida –¡ qué curioso! – ha perdido su verdadero sentido; no hay más que fijarse en las campañas de tráfico: si nos dicen que el exceso de velocidad nos puede matar, no hacemos ni caso; en cambio si reducimos la vida a una serie de puntos en el carnet de conducir, la cosa cambia y pisamos el freno.
Olvidarse de las necesidades construye una sociedad infantilizada: los niños no tienen necesidades como tal, tienen hambre de cosas concretas (¿acaso no hemos oído a los niños: “¡mamá tengo hambre!”. “Pues come pan!”. “No, es que tengo hambre de chorizo!”).
Yo por un vaso de agua daría la vida, no solo 20.000 euros. Los privilegiados turistas que estaban en Nepal cuando ocurrió el terremoto venían indignados porque los pobres nepalíes, que sí saben lo que es necesidad, cobraban la botella de agua a 10 euros. El rico Epulón, cuando pagaba los excesos de su vida, pedía que alguien mojase su lengua con el dedo empapado en agua. ¡Que le digan a este personaje que 20.000 euros es una barbaridad por medio vaso de agua! No hay grito más desgarrador que el grito del que realmente tiene sed, es decir, del que tiene verdadera necesidad; imaginad el grito del que pide agua: “¡Agua… agua… agua!”. Es comparable al grito desesperado pidiendo ayuda a la madre: “¡Madre… madre… madre!”.
Chorizo y hambre
Olvidarse de las necesidades de verdad nos habla de una sociedad anestesiada y que no sabe lo que quiere. Y de una sociedad infantilizada, que confunde el chorizo con el hambre.
Históricamente hemos pasado por diferentes etapas de conciencia respecto a lo que se quiere y se sabe: Del “sólo sé que no sé nada”, pasando por “lo sé todo” de la Ilustración al “y yo qué sé” de la época actual. Un yo qué sé como no darse cuenta de lo que se sabe y se quiere y como síntoma de desidia y desinterés.
La época actual necesita olvidar más que aprender . Olvidar y no tanto olvidarse. Olvidar como un ejercicio consciente frenteal olvidarse como una actitud de desidia. Olvidar como abandono de lo superfluo, lo caduco, lo que no sirve, lo que hemos aceptado sin más, lo que nos han impuesto y no hemos reflexionado. Tenemos que olvidarnos de muchas cosas que nos han vendido como esenciales y que son las que impiden ver la realidad. Olvidar como ejercicio de renovación, como actitud activa de cambio. No se trata de olvidarse que más bien es una actitud pasiva y nada selectiva.
¿Los postes de las compañías eléctricas son para distribuir la luz o para canalizar y recoger los beneficios? ¿El maltrato al cliente que ejercen algunas compañías es una forma de domesticarnos o amaestrarnos? ¿Es tan prioritario repatriar a los compatriotas de Nepal o más bien habría que animarles a que se queden y echen una mano donde más se necesita? ¿Acaso los refrescos no nos están haciendo olvidar lo que es la auténtica sed?
En muchas ocasiones la amabilidad viene de la respuesta automática del sistema (“estoy fuera de la oficina”), y no tanto del destinatario del correo.
Rescato aquí un cuento sufí que nos ilustra bien sobre la pertinencia de rescatar las necesidades ocultas por la parafernalia de objetos que las rodean, y la vigencia del olvido (restaurar, renovar, limpiar...) frente al aprender como repetición y sin cuestionamiento de qué se aprende:
Los chinos y los griegos disputaron frente al sultán para ver quienes eran los mejores pintores y, para decidir, el sultánencargó a cada grupo que pintara una casa. Los chinos seprocuraron todo tipo de pinturas y colorearon su casa de laforma más elaborada. Los griegos, a su vez, no usaronningún color sino que se dedicaron solamente a limpiar lasparedes de su casa de toda suciedad, puliéndolas hasta quequedaron tan claras y brillantes como los cielos.Cuando las dos casas fueron ofrecidas para la inspección delsultán, este admiró mucho la casa pintada por los chinos,pero la casa de los griegos obtuvo el premio, ya que loscolores de la otra casa estaban reflejados en sus paredes conuna variedad interminable de sombras y matices.
Debemos recuperar la conciencia del olvido, no olvidarse. Recuperar la conciencia del olvido es un ejercicio sano porque implica una reflexión sobre nuestros actos y responsabilidades . Es un ejercicio sano que nos confronta con lo que debemos abandonar y lo que tenemos que cambiar. Es un ejercicio de desprendimiento que en la época de atesorar, aprender, incorporar, ampliar y fusionar no viene nada mal . Hagamos frente al “y yo que sé”, que supone una actitud apática ante la vida y una contemplación de los cambios que suceden a nuestro alrededor sin que sepamos muy bien qué sentido tienen . La tecnología, pura mecanicidad sin pensamiento, sustituye lo que debería ser nuestra reflexión.
Olvidar es tomar conciencia de las necesidades olvidadas. Y como en el cuento sufí de los griegos y los chinos, limpiar la suciedad refleja más la belleza y los valores que el empeño por alcanzarlos.
Mauro González es socio de la empresa de investigación Punto de Fuga