Se presentó hace unos días en Madrid la segunda edición de El Observatorio de la Publicidad, un estudio que promueve y realiza la Asociación Española de Anunciantes en colaboración con otras entidades del sector, y que trata de aportar información que permita precisar el lugar que la industria publicitaria ocupa en el gran esquema de la actividad económica de nuestro país.

En relación con el estudio, hay que reconocer, primero, lo loable de la iniciativa por lo que tiene de información para consumo interno pero, sobre todo, para dar a conocer en otros ámbitos la dimensión de una industria cuyo producto –la comunicación comercial- es bien visible pero de cuyo volumen e interioridades se tiene una idea más difusa; en parte porque, como señalan los responsables del Observatorio, la dispersión de las fuentes informativas de la administración pública hace difícil la obtención de datos homogéneos y fiables. En cualquier caso, cabe animar a los responsables del estudio a perseverar en su realización.

En lo que respecta a las cifras que aporta el trabajo, todas ellas confirman el momento de recuperación que experimenta el sector después de haber vivido la crisis más dura de su historia. Crecen la contribución de la industria al PIB, el empleo, el número de compañías y la aportación de la cifra de negocio del sector a la del conjunto de las empresas españolas. El aumento del empleo está, sin duda, relacionado con la recuperación de la actividad y quizá también, puede pensarse, en la necesidad que la revolución tecnológica ha impuesto de incorporar al sector profesionales especializados en áreas inexistentes hasta ahora en publicidad. No obstante, este enriquecimiento de los números y de la panoplia de especialidades, conocimientos y servicios que el sector puede ofrecer a sus clientes contrasta con un nivel de precariedad en el empleo y de baja calidad del mismo (especialmente en algunos terrenos, como el de las agencias creativas), que constituye ciertamente una rémora. Es este uno de los problemas latentes del sector y una cuestión muy relevante que no suele plantearse abiertamente pero que, sin duda, ha de abordarse no solo porque es de justicia, sino porque un empleo de mayor calidad redundará en mayor capacidad de atraer talento, en un mejor producto e, idealmente, en un mayor grado de consideración y respeto por parte de los clientes.

También se habla en las conclusiones del Observatorio, y al aludir al crecimiento en el número de empresas, a la capacidad de emprendimiento que demuestra el sector. Está claro que las crisis, y esta ha sido bien profunda, tiene un doloroso efecto de centrifugación que saca de sus compañías a muchos profesionales valiosos y expertos lo que genera, a sus vez, una proliferación de nuevas compañías formadas por esos mismo profesionales. No se trata, por supuesto, de restar valor y pertinencia al ánimo emprendedor, que es un factor de dinamismo fundamental en cualquier sector empresarial, pero sí se puede hablar de la debilidad estructural de un sector con un porcentaje excesivamente alto no ya de pymes, sino de micropymes.