Hace un par de años fui a Sundance por primera vez. Here Be Dragons y Within presentábamos Tree y Life of us en el apartado New Frontier, en el que fue uno de los momentos más ilusionantes para la realidad virtual. Nuestras experiencias inmersivas encajaban como un guante en un festival abierto a propuestas arriesgadas, tan alejado de las fórmulas taquilleras como la nieve de Utah lo está del sol de Hollywood.

En este entorno de cine independiente—primer escaparate de realizadores como Paul Thomas Anderson, los hermanos Coen, Christopher Nolan, Quentin Tarantino, Ava DuVernay, Damien Chazelle...—una multinacional se atrevió a dar una sesión de storytelling. A base de talonario, su departamento de comunicación se quiso codear con el rompedor mundillo indie y equipararlo a su incipiente proyecto de estudio interno, que estaba llamado a reemplazar a su roster de agencias. En lugar de intentar inspirarse y aprender, fueron a dar clases. Yo atendí, claro. Soy demasiado débil para tentaciones de ese nivel.

El interés del taller en cuestión fue equiparable al del anuncio que realizaron poco después—baste decir que lo retiraron apenas 48 horas después de su lanzamiento, sin evitar pasar a la historia como la tormenta perfecta de las producciones in-house—. Al finalizar el taller, no hubo ni turno de preguntas y respuestas, porque sus responsables—tras tomarse la foto de rigor con el, por aquel entonces, todopoderoso Harvey Weinstein—montaron a toda prisa en un todoterreno, con destino a las lujosas pistas de esquí de los alrededores. Su tarea ahí había terminado y ahora se debían a sus seguidores de Instagram. Por desgracia, como en el experimento de los cristales rotos, el daño ya estaba hecho.

Sundance 2019 acaba de terminar y la presencia de profesionales del marketing ha crecido de forma exponencial, tanto como sus publicaciones en redes sociales tomadas desde los telesillas de Park City. Robert Redford ha anunciado su semi-retirada del festival que bautizó con el nombre de uno de sus más célebres personajes porque, según dice, quiere estar más en contacto con nuevos cineastas y nuevas historias —precisamente el objetivo con el que lo fundó—.

A priori, no hay nada obsceno en la búsqueda de inspiración en espacios nuevos, sean total o parcialmente ajenos. Al contrario. El mestizaje está en la esencia de la creatividad y para multiplicar el número de potenciales combinaciones es fundamental explorar territorios desconocidos. Pero cuando la prioridad es ser visto en lugar de ver y escuchar la propia voz en lugar de la de los demás, el descubrimiento se convierte en colonización. En la Balada de la cárcel de Reading, Oscar Wilde decía que matamos lo que amamos. “Unos lo hacen con una mirada amarga, otros con una palabra zalamera; el cobarde con un beso, ¡el valiente con una espada!” El mundo corporativo tiende a usar mesas redondas. En la tertulia interesada, el sicofante se equipara al creador, difuminando su talento y experiencia tras una nube de opinión.

En un primer momento, la invasión sutil de una nueva audiencia con poder adquisitivo es bienvenida, como signo de crecimiento. Morir de éxito es una de las muertes más dulces y, como la rana en agua hirviendo, el fatal desenlace sólo se descubre cuando no hay marcha atrás. Agotada la frescura inicial del certamen, primero abandonan los anfitriones y, a continuación, los nuevos huéspedes, que salen en busca de nuevas experiencias genuinas que ocupar —cerca de pistas de esquí o de playas paradisíacas, a ser posible­—.

La buena noticia es que el parasitismo es voluntario. Yo prefiero la simbiosis. Y parece que ahora muchos festivales publicitarios, también. Aplaudo que abran las puertas a talento de disciplinas muy dispares—que, a menudo, sienten una fascinación recíproca por nuestra labor– y busquen convertirse en foros donde celebrar nuestro mejor trabajo y la creatividad en general, proceda de donde proceda. El mundo es demasiado interesante como para usar sólo la cámara frontal del teléfono. ¡QD!