La campaña de la Fundación Confianza estoloarreglamosentretodos.org, mejor dicho la contra campaña que se ha orquestado es el mejor testigo de lo difícil que se está haciendo para la sociedad civil emprender cualquier iniciativa que toque, aunque sea de manera tangencial a la política.

Hace ya un año y medio surgieron, de manera paralela y siempre de nuestro sector, varias iniciativas en la misma dirección de la campaña. El objetivo era el mismo: colaborar a que desapareciera el componente psicológico de la crisis. Conocimos en este semanario bastante en profundidad al menos dos de ellas. Cada una intentó su canal para hacerse una realidad y estamos seguros de que en ambos casos su objetivo era, en primer lugar, altruista, seguido muy de lejos de un lícito objetivo autopromocional. Al cabo del año las agencias de publicidad realizan muchas campañas sin ánimo de lucro y no en todos los casos, ni mucho menos, están orientadas a los premios. Incluso de este sector han salido iniciativas horizontales para orquestar a publicitarios individuales deseosos de participar en campañas ad honorem. Por tanto, en medio de la mayor crisis de los últimos cincuenta años, era muy lógico que diversas mentes en diversas agencias pensaran que la publicidad, o la comunicación en sentido amplio, podía colaborar a la solución del problema. Era cuestión de poner de acuerdo a empresarios, anunciantes y medios. Una la labor nada fácil.

No vamos a entrar en estas líneas a juzgar si la campaña es buena o mala, ni si el procedimiento de sacarla adelante ha sido el más adecuado. Ha sido lo que la sociedad civil ha querido que sea y disponiendo de recursos de la iniciativa privada para sacarla adelante. Mucho menos vamos a prejuzgar si va a ser o no eficaz en su empeño. Lo que nos preocupa hondamente es que este país termine enfermo de política, que cualquier cosa que pase cerca del agujero negro la política con minúsculas sea utilizada, sin importar sus consecuencias, para fines partidistas. La retirada de la campaña en RTVE es un claro ejemplo de lo que decimos. Querer ver en esa iniciativa una campaña encubierta del Gobierno resulta o bien paranoico, o bien malintencionado. Y hace preguntarse, además, si tanta contestación como está teniendo es puramente espontánea o hay algo de inducción por debajo. A veces se puede plantear el debate del fin y los medios. No parece que éste sea el caso de la campaña, pero sí el de la contra campaña. La Res Publica corre el riesgo de interesar cada vez menos a la iniciativa privada, cuando todos sabemos que sin ella buena parte de nuestro estado del bienestar no existiría.