Llega un año más el festival El Sol, que se celebra a finales de esta semana en San Sebastián, su escenario desde la segunda edición del certamen. Y no se quiera interpretar en la expresión “un año más” la manifestación de un sentimiento de hastío o rutina, porque, en primer término, el festival es siempre un acontecimiento muy relevante para una porción apreciable del sector publicitario y, en segundo lugar, el certamen llega este año a su edición número veinticinco, uno de esas cifras a las que dotamos de un significado especial y cuya llegada celebramos en consecuencia.

El certamen que dio su primer paso en Marbella de la mano de Movierecord con una competición limitada a lo audiovisual y a España en la que tomaron parte tres cientos spots, llega este año a la capital donostiarra a celebrar su primer cuarto de siglo convertida desde 2003 en un certamen internacional organizado por la AEACP, con diez secciones a concurso y un total de más de 2.200 piezas (cantidad esta última que con ser significativa está lejos, debido a la crisis de las más de 3.700 inscripciones que en 2008 marcaron el record de participación).

La indudable consolidación de El Sol, con todas las polémicas que lo han rodeado y la criticas que sobre él se han vertido y aún se vierten, se ha producido en paralelo al proceso de crecimiento, madurez, sofisticación y posterior crisis, de modelo y económica, que vive el sector de agencias, principal protagonista del acontecimiento. Al hilo del desarrollo de las diferentes disciplinas de la comunicación comercial y en pos de un legítimo deseo de elevar sus ingresos, el certamen ha ido incorporando secciones a la competición y actualmente sólo le falta para equiparase con el de Cannes, al que podríamos considerar su modelo, la competición de Diseño. La internacionalidad llegó en 2003, cuando el festival se abrió el marcado da habla hispana y portuguesa, en una decisión que generó amplia controversia pero que hay parece ya haberse asumido. Esa apertura le hurtó al certamen su carácter de gran competición local, pero ha enriquecido el certamen y ha hecho los premios, sobre todo en algunas secciones, más difíciles de ganar y por ello más valiosos.

La edición 2010 --segundo año de la austeridad podríamos decir--llega con un descenso de inscripciones del 9% respecto al 2009, año en que se produjo una caída de casi un tercio. Las inscripciones nos siguen hablando claramente de crisis, aunque quizá la menor producción del año pasado puede tener que ver en esta caía, pero, en contraste, el número de delegados parece que aumentará con respecto a la edición anterior, lo que no deja de ser una señal de que lo pero puede haber pasado. Sólo queda llegar al Kursaal y tantear el ambiente para pulsar, valga la expresión tópica, el estado de ánimo del sector de agencias.

Otra manera de tomar esa temperatura será observar la calidad del trabajo, reconociendo cuán subjetivo es este parámetro. En las páginas especiales que dedicamos al certamen este número, un creativo bien destacado, Julián Zuazo, añora al hablar de Mano (el spot de SCPF para BMW que ha sido considerado por los medios el mejor gran premio de televisión de la historia del certamen) el entusiasmos que generó la pieza y el orgullo de pertenencia a un sector que trabajos como ése son capaces de generar. Hace tiempo que la publicidad patria no produce, con crisis económica o sin ella, piezas o campañas de ese calibre, y cabe preguntarse la razón de ello: ¿hay menos talento?, ¿hay el mismo pero vive más sojuzgado?, ¿hay más miedo en el cliente y en la agencia?, ¿hay más conformismo?... Crisis económica indudable y crisis de creatividad opinable. El Sol, presumiblemente, nos dará síntomas del estado de ambas.