La televisión, cómo no, marca el inicio del curso publicitario y lo hace de dos formas bien distintas. Una mira al presente, y trata de la consolidación del nuevo mercado, con un operador nacional menos, unos precios ciclotímicos y una TDT que está impulsando el consumo de televisión a cotas donde no se había llegado antes: casi dos horas y media por persona y día. Añadamos a esto la presentación de programaciones, que este año viene acompañada de nuevos canales, como se cuenta en este número de Anuncios.
Pero, simultáneamente, estamos ante el inicio de una transformación que probablemente va a modificar el consumo del medio, al menos en una franja de los telespectadores muy importante cualitativamente. Esto no va a ocurrir de manera inmediata, sino a lo largo de los próximos años, pero va a sentar las bases no sólo del medio, sino de la propia red.
Nos referimos al maridaje entre el televisor e internet. Ya se acerca al 20% (y creciendo) el número de televisores que se vende con conexión a internet incluida. La gran guerra se centra en lo que aparecerá en la pantalla cuando el telespectador pulse el botón de conectar. Y en ella intervienen absolutamente todos los que tienen que ver con el asunto. Por un lado, y es una novedad, los fabricantes, como Samsung, Sony o LG. Ellos tienen fácil lograr que el usuario entre por su tienda de contenidos. Sony, además, dispone de la ventaja de su poder en producción audiovisual. Por otro lado están compañías con una enorme base de clientes a los que ya sirven contenidos, como Netflix o Apple. Ésta ya fracasó con su primer intento de Apple TV (una caja que conecta el televisor a internet), pero ahora redobla la puesta reduciendo a la mitad su coste (99 dólares), dotándola de más cualidades y dándole más contenidos a menor precio (programas de primera línea desde 0,99 a 4,99 dólares).
Naturalmente, hay que contar con los operadores de cable, muchos de los cuales ofrecen conexión a internet. Y, finalmente, con las productoras y las propias cadenas de televisión, que tienen intereses repartidos y cruzados por todos los eslabones. De toda esta batalla global saldrá una nueva configuración del modelo, tiempo al tiempo. Pero llama la atención que, por ahora, no se toquen dos temas trascendentales. Uno, lo que supondrá todo esto para la infraestructura de internet. El actual despegue del vídeo online va a ser un chiste comparado con lo que puede suponer un 10% de hogares viendo televisión por internet en HQ. Las últimas manifestaciones de las operadoras ya marcan la pauta de lo que puede suceder. Y el otro asunto es el papel de la publicidad. Si al final todo se remite a un nuevo modelo de pago, será malo, tanto para la alternativa que se plantea, como para la propia publicidad.