“Me he hecho en estas piedras, aquí he forjado mi personalidad, he descubierto mi amor, he pintado mi obra, he construido mi casa. No puedo separarme de este cielo, de este mar, de estas rocas, estoy atado por siempre jamás a Portlligat, donde he definido todas mis verdades más sinceras y mis raíces.” Así definía Salvador Dalí la dependencia que sentía de este lugar de inspiración.

Lo mismo podemos pensar de otros artistas y lugares que quedaron irremediablemente unidos. Como escribía Eduardo Chillida en referencia al País Vasco: “Yo estoy tratando de hacer la obra de un hombre, la mía porque yo soy yo, y como soy de aquí, esa obra tendrá unos tintes particulares, una luz negra, que es la nuestra."


La calidez de lo local parece estar ya muy lejana de este mundo interconectado y matemático. Es cierto que el arte se ha venido ligando a experiencias individuales y locales dotándolas de una entrañable personalidad única e irrepetible que ahora vemos con cierta nostalgia.


Pero últimamente el arte no funciona con las mismas reglas. El tiempo diferido, el espacio compartido y la producción colaborativa son nuevos aspectos que definen nuestra creación contemporánea.
Es curioso que en una cibersociedad donde lo global rige todo y todo es accesible desde cualquier lugar, podamos encontrar ese espacio íntimo y único de identificación personal en el propio espacio compartido. Relacionándonos de forma aún más subjetiva cuando accedemos desde nuestros dispositivos móviles.
Hemos llegado a la dependencia de las tecnologías como antes tuvimos la dependencia de lo local. Lo bohemio se ha convertido en cálculo y la expresión, en experimento.


Ya en 1968, Sarrey (pintor, fotógrafo y pionero del videoarte) colaboró como programador en los Seminarios de Generación Automática de Formas Plásticas en el Centro de Cálculo de la Universidad Complutense de Madrid, realizando la obra Cuadrats. Posiblemente la primera experiencia de videoarte en Europa. El experimento consistía en traducir a algoritmos matemáticos una obra de Mondrian para crear una secuencia de posibles cuadros según una fórmula matemática que permitía crear series en armonía. Demostrando así que no sólo la música está ligada profundamente a lo matemático sino también la composición gráfica y dejando patente con el resultado de su obra que el frío también puede quemar.


En el arte previo a las nuevas tecnologías, la velocidad era relativa. El tiempo ahora se ha precipitado, tanto en el arte como en la publicidad se aceleran los procesos y la inmediatez de algunos medios nos fuerza a priorizar la velocidad sobre la calidad del resultado; esto limita siempre la capacidad de innovar.
La primera línea de innovación no la puede marcar por tanto un tipo de empresa en el que entregar el producto sea una prioridad sobre la estrategia misma de qué hacer o cómo hacerlo.
La ciencia está de nuestro lado y aprovecharla o no depende exclusivamente de cómo nos enfrentemos a ella.


Altísima resolución


Como ejemplo de nuevas experiencias que se abren paso en este panorama nos encontramos con Gigapíxel, imágenes en súper alta resolución de Madpixel que ofrecen hasta catorce mil millones de px. de resolución brindando nuevas posibilidades de uso que nunca antes habíamos podido imaginar; como el hecho de disfrutar de las obras del Museo del Prado con tal capacidad de aproximación que te permite apreciar el trazo y hasta el craquelado de la pintura.


En otro ámbito tenemos aplicaciones en las que la localización y la personalización son la esencia de la propuesta. Así es el último vídeo interactivo de Arcade Fire, The Wilderness Downtown (www.thewildernessdowntown.com), experimento de Google Chrome que nos permite revivir los tiempos de nuestra infancia a través de las imágenes de los lugares en los que crecimos (en su estado actual, eso sí).


Aprovechar la tecnología desde su aspecto más práctico o utilizarla como herramienta para jugar con las emociones está en nuestra interpretación de la misma y de las necesidades de nuestro público.