Desearía ser Luis Bassat. Tan mainstream. Tan famoso. Con tantos premios. Tan reconocido en nuestra profesión a los setenta y tantos años y sin enemigos (aparentemente), con un don natural para contar cualquier anécdota que todavía hace que todos sientan unas enormes ganas de escucharle.

Pude ver a Luis Bassat en vivo y en directo una vez, pero él no pudo reparar en mi, la mejor manera de observar a un modelo de conducta. No tendría más de 20 años y paseaba con mis padres por las calles de Madrid cuando mi madre me avisó “No mires muy descarado, pero Luis Bassat está detrás de ti”.

Y allí estaba. Parado junto a nosotros, esperando en un semáforo a cruzar la calle mientras hablaba con su séquito, seguro que dirigiéndose a una importantísima reunión con algún gran cliente a ganar una cuenta. Seguro que iba a epatarles, a dejarles sin respiración. Dios mío. Luis Bassat. La leyenda de la publicidad, la persona a la que siempre recurrían los medios para hablar de creatividad (ahora es Toni Segarra), el nombre que todos conocían cuando les contabas lo que estudiabas… Nunca olvidé haber visto a Luis Bassat en aquel semáforo. Durante los años que estudie Publicidad en la universidad, rememoré aquellos treinta segundos muchísimas veces imaginándome que le abordaba y le preguntaba por algo de su Libro rojo de las marcas, otras veces pensaba en como le mostraba un ejercicio creativo de clase o venciendo mi timidez comentábamos juntos algo de un spot que había visto en la tele.

¿Por qué quiero ser como él? ¿Será que Luis Bassat es mi polo opuesto? Un hombre que ha sido ganador de más de 400 premios publicitarios en Cannes, Nueva York, San Francisco, Londres, Iberoamérica y por supuesto España, denominado el mejor publicitario español del siglo XX y que fue capaz de crear una agencia de la nada y acabar vendiéndosela al mismísimo David Ogilvy. En contraposición a mi, que no tengo demasiados premios, carezco de alguna influencia en mi sector y por supuesto solo trabajo para una minoría de marcas tan grandes como las que el manejaba. ¿Acaso idolatramos secretamente a nuestros opuestos imaginados, anhelando convertirnos en ellos sabiendo que nunca podremos serlo? Siguen pasando los años y mi carrera profesional avanza muy alejada de la de mi ídolo y mucho me temo que jamás tendré ni su talento creativo ni su capacidad para hacer negocios, así que muchas veces me he preguntado si quizás es equivocado fijarnos en modelos tan brillantes e inalcanzables que hacen que comparándonos siempre salgamos perdiendo y solo nos cree frustración y desengaño.

Finalmente, hace pocos años tuve la suerte de trabajar personalmente con Luis Bassat. Hacíamos la campaña online del concurso de televisión que presentaba en La Sexta y teníamos que tratar junto con la directora de marketing de la cadena algunos aspectos estratégicos del briefing, así que quedamos para charlar en un hotel enfrente del Retiro.

Cuando le vi aparecer en el salón del hotel donde habíamos quedado citados, no pude evitar sentirme satisfecho, después de muchos años lo había conseguido, trabajar codo con codo con el ídolo de mi juventud. Fue algo así como cerrar el círculo. ¿Bassat en la cercanía? Cariñoso, educado y muy profesional, como siempre había imaginado. Por supuesto, no esperaba menos, era mi ídolo, mi modelo de conducta.

José G. Pertierra es director de arte de Clicknaranja