Siempre he sido de esas personas que cuando mandan un email se despiden con un beso. A veces no es políticamente correcto pero bueno, de pequeña me despedía cuando pedía pizza con un te quiero, como cuando hablaba con mi abuela, así que, digamos que he ido mejorando…  

No sé si a ti te ha pasado lo mismo, pero en este último mes y medio, todos los emails que he recibido están firmados con besos y abrazos y aunque soy partidaria de que sea para siempre, obviamente soy consciente de que el aislamiento y el efecto prohibitivo están altamente ligados a ello. Aun así, tengo dos teorías para justificar el hecho de tener mi bandeja de entrada a punto de arco iris, puedes elegir la que más te guste. Opción uno: Nos negamos a que se desplomen también las acciones de muestras de cariño y dejar de ser uno de los países líderes en la bolsa del afecto, que ahora el lenguaje no verbal queda relegado a los cuerpos de texto como máxima expresión. La segunda (que creo que te va a convencer más): sencillamente somos humanos. Y como humanos, nos preocupamos, empatizamos y echamos de menos. Además, a todos nos han enseñado que para sentirnos cerca hay que hablar como si lo estuviéramos. 

Las relaciones humanas se basan principalmente en vínculos, es decir, la unión que tenemos los unos con los otros y que al fin y al cabo nos hacen sentirnos especiales, queridos y necesarios. Durante las 7 semanas de confinamiento que llevamos, estos vínculos se han acentuado de una manera exponencial pero localizados cada uno en su escenario particular que me gustaría relatar.

Con los que estamos y que llamamos familia. Familias unas más extensas que otras, otras más recientes y algunas más maduras, pero todas ellas conscientes de que el espacio individual ha pasado a un segundo plano. Familias que siguen aguantando con paciencia la transformación de la semana en un domingo eterno, inundándolo de posibles rutinas, haciendo malabares para no perder la calma, contener la rabia y forzar la sonrisa. Familias que han experimentado el amar y el aborrecer en un mismo cuarto de hora. Familias que han entendido más que ninguno la traducción de primavera por confinamiento.

Con los que no estamos y que echamos de menos. Porque eran parte de nuestra rutina y esta ha expirado, porque eran nuestra vía de escape y se nos ha cortado o porque simplemente era fácil aparecer a su lado. La tecnología nos ha permitido seguir conectados, reinventarnos, retarnos y reírnos, reírnos mucho, pero también nos ha echado el freno y hemos reivindicado una autenticidad digital que ha venido para quedarse. Donde pretendemos conocernos más y aparentar menos. 

Con los que no estaremos y de los que no pudimos despedirnos. Es en este último donde me gustaría extenderme un poco más porque el coronavirus ha dejado destrozados infinitos corazones sin haber dado margen a la despedida y a todos los besos pendientes que quedaban por dar para el resto de vidas separadas. 

Nuestra naturaleza humana no concibe que un enfermo muera solo, sin una mano a su lado que recoja el sufrimiento. Nuestra naturaleza humana no entiende que no pueda haber nadie que se acerque a recoger tus lágrimas cuando has perdido a quien se convirtió en tu vida y ahora la deja sin rumbo. Nuestra naturaleza humana no permite estar a dos metros de distancia cuando no sabes si la persona que se va de casa volverá.

El coronavirus ha cambiado nuestra forma de vivir y nos ha destrozado con esta nueva forma de morir. Necesitamos seguir sintiendo a aquellos que ya no están para poder entender la magnitud de lo que está pasando. Han sido víctimas de un cambio transformador en nuestras vidas, han sido la moneda de cambio de una nueva etapa que marcará un antes y un después en las siguientes décadas. Espero que lo que hoy, por desgracia, se resume en números lo entendamos como el pico que marcó la inflexión en el valor que daremos a la ciencia, a la sanidad, a la educación y tecnología, a cambios en nuestros hábitos de consumo, nuestras prioridades y nuestras necesidades reales que supondrán una transformación en la economía de cada uno de los hogares y en nuestro modelo relacional.

Ahora más que nunca estas tres realidades son la base de las relaciones humanas y si queremos añadirle una perspectiva “marketiniana” no va a valer solo con identificarlas para estar más cerca de un consumidor. He empezado hablando de vínculos y no solo de palabras, recordemos que el vínculo se crea a través de las personas, todo lo demás viene después. No lleguemos tarde, es sin duda el momento de activar el potencial humano de las marcas y la gente detrás de ellas con las que colaboramos. 

Por esto mismo, aquí y hoy, firmo y me despido de ti con un beso.