Desde que el hombre es hombre (y la mujer, mujer), en una fecha indeterminada en la que no es el caso ahora entrar a debatir, hemos tenido la necesidad de contar el mundo, nombrarlo con palabras, e interpretarlo, en el afán de conocernos a nosotros mismos y a la realidad que nos rodea. “La rosa es rosa porque se la nombra”, decía el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, en una de sus novelas. Y es así. Somos storytellers desde el inicio de nuestra historia como humanidad. Contadores de historias que tienen, en el mayor de los casos, un inicio, un nudo y un desenlace. Narradores de historias que buscan, con mayor o menor éxito, emocionar y captar la atención de quien está del otro lado.
Esto lo han sabido hacer muy bien y desde hace ya tiempo, las marcas. El famoso storytelling es eso: captar, impresionar a la audiencia desde su propósito corporativo o desde su misión. Contar mi “historia” como marca o corporación (en diversas direcciones y formatos, algunos enlatados como el branded content, Dios me libre de pronunciarme sobre él…), donde la narración es el significado, pero no el producto final.
Lo cierto es que desde hace un tiempo el storytelling se ha mostrado insuficiente para involucrar y hacer vivir, en primera persona, y a los diferentes stakeholders, el para qué estoy en el mercado como marca o como corporación. La evolución del storytelling al storydoing (contar desde el hacer), tampoco es novedosa. Y en una vuelta de tuerca más, el storyscaping como una forma de llegar al corazón de cada uno de mis públicos con experiencias, ya está también aquí desde hace un tiempo.
Tengo que confesar que, con tantas palabras en inglés y tantas evoluciones, a veces me pierdo. Modas, corrientes… ¿Y si en realidad es todo mucho más sencillo? Recuerdo cuando nos decían en la Facultad que no hay nada más valioso como que sean otros los que hablen de ti (bien, naturalmente); más poderoso, y creíble, que hacerlo tú mismo.
¿Y si desde las marcas nos empezamos a preguntar cuál es la historia que me gustaría que otros contaran de mí? Y para que esto ocurra, ¿qué tengo que hacer? ¿Cómo involucro a mis públicos? ¿Cómo los hago partícipes de mi propósito? ¿Cómo les permito que lo “vivan”? En definitiva, ¿cómo se convierten en mis “embajadores” porque son parte de una historia en la que son “protagonistas” y no meros espectadores?
Estas preguntas nos llevan a otras muchas más: cómo dejo de ser una marca -héroe para ir hacia otro modelo de marca; dónde está mi legitimidad para hacerlo, mi autenticidad… o cómo dejo de ser unidireccional para ser, ya no sólo bidireccional, sino transdireccional.
Un nuevo paradigma, donde dejo que mi historia no tenga un inicio y un fin, sino que pueda estar abierta: ya no hay una única historia, sino muchas, tantas (y conectadas), como usuarios, stakeholders o públicos, como los queramos llamar, que forman parte de mi universo como marca u organización.
Así que, “no me cuentes más historias”, déjame vivirlas… junto a ti.
¿Te animas?