Quiero comenzar este texto haciendo una confesión: debo admitirlo, soy una víctima más de esa trampa oscura al servicio del marketing que aparece cuando menos te lo esperas y te hace revivir ciertas cosas que creías olvidadas. Efectivamente, estoy hablando de la nostalgia.

¿Qué es la nostalgia? Es una palabra con la que convivimos, pero, al menos en mi caso y hasta hace no mucho, no la había analizado en profundidad. La etimología que ofrece Wikipedia me parece interesante: nostalgia viene del griego nóstos, («regreso») y álgos («dolor»). Un sentimiento de tristeza mezclado con placer y afecto cuando tienes ciertos recuerdos del pasado.

Obviamente, para sentir nostalgia antes hay que haber vivido ciertas cosas en el pasado, y yo tengo un checkpoint entre mediados y finales de los 90, una década que empieza a ser difusa en mi memoria, pero que, a la vez, la tengo muy presente en la actualidad. 

Para los nacidos en aquella época de la que os hablo supongo que muchos recordaréis los primeros juegos de Pokémon o los cromos y cómics de Dragon Ball. Puede que algunos tuvieseis la suerte de abrir un regalo grande bajo el árbol en Navidad y que resultase ser vuestra primera PlayStation, una Nintendo 64 o un Robot Emilio. Puede que hayáis tenido un flashback repentino y os hayáis visto en la butaca de un cine donde se proyectaba alguna película de Disney o yendo con vuestros padres a alquilar un VHS al videoclub. Y así, un largo etcétera de recuerdos y momentos creados alrededor de productos que para nosotros -o al menos para mí- eran algo cercano a la magia.

Todos estos momentos y productos podrían haber quedado ahí, recordados gracias a un álbum de fotos o esa caja que de vez en cuando rescatamos del altillo con cosas que nos traen recuerdos. “Lo que pasa en los 90 se queda en los 90” se podría haber dicho, pero la industria del entretenimiento tiende a recordarnos ciertas cosas de nuestro pasado más a menudo de lo que esperamos.

En este punto podríamos hablar de la nostalgia en producciones actuales como las series documentales “The Last Dance” o “The Toys That Made Us” de Netflix, "Star Wars", "Space Jam 2" (¡estrenada 25 años después de la primera!) o… ¡cómo puede ser que la usen también en la cuarta entrega de "Matrix", 15 años después de "Matrix Revolutions"!

Pero no es ahí donde quiero detenerme esta vez. Me gustaría centrarme brevemente en la industria del videojuego y, más concretamente, en Nintendo, porque es el ejemplo más flagrante que conozco por cómo han conseguido capitalizar la nostalgia gracias a las franquicias que muchos jugamos cuando éramos pequeños. Juegos basados en Super Mario o Zelda, que llevan en danza desde los años 80 y que mucha gente acabará comprando hoy sencillamente porque ya saben que serán divertidos. Aunque luego guste más o menos el planteamiento, sabemos en el fondo que es una apuesta segura.

Dentro de este negocio, al igual que en las películas, se está normalizando el sacar remakes de videojuegos cada cierto tiempo. No se innova en la narrativa o mecánicas, sino en adaptar algo ya hecho a la tecnología actual. Se cogen juegos exitosos de hace años y se renuevan estéticamente para actualizarlos, poder venderlos a la nueva hornada de jugadores y, de paso, arrastrar a los antiguos con una entrega en la que saben que van a disfrutar y es compra “segura”.

Para haceros una idea del impacto que puede tener esta práctica, podemos ver el título “Link’s Awakening” que, siendo la adaptación de un juego lanzando con el mismo nombre en 1993, ha conseguido a día de hoy 4,57 millones de ventas. 

Aunque no es oro todo lo que reluce y hay que saber cuándo aprovecharse de este recurso de los recuerdos y las emociones. No todo el mundo va a reaccionar igual a un producto, por mucha analogía que tenga al pasado. Citando uno de los ejemplos anteriores con Star Wars, al director de "El Despertar de la Fuerza", JJ Abrams, le cayó más de un palo acusado por la crítica de no innovar en el film y abusar de las “viejas fórmulas” con el simple propósito de agradar a los fans de toda la vida y no darle una vuelta a la saga. 

Así que, en definitiva, creo que, como consumidores, debemos aplicar cierto criterio y reflexión antes de lanzarnos a comprar cualquier cosa por la sencilla razón de que es algo que nos evoca a un momento de nuestra vida que nos causó alguna emoción especial. 

Primero, porque las compras impulsivas no suelen ser buena idea; y, segundo, porque la nostalgia se basa en sentimientos asociados a unos recuerdos pasados y esos recuerdos, con el tiempo, se van distorsionando. Tendemos a romantizar los productos en cuestión que en su día nos parecieron geniales, pero hoy pueden parecernos algo menos que aburridos. 

Como decía una frase que leí hace tiempo: “ninguna nostalgia se siente tan fuerte como la nostalgia por las cosas que nunca existieron”.