Video killed the radio star, luego Internet devoró el ruido de nuestros transistores y patrocinó el doloroso divorcio del sonido y las audiencias digitalizadas, que son casi todos los españoles entre los 18 y 54 años. La imagen y el vídeo han sido los reyes del contenido durante mucho tiempo, las redes sociales incluso silencian los contenidos por defecto. ¿Nos hemos quedado sordos?

Aunque nuestro consumo de información y entretenimiento diario está centrado en redes sociales y televisión, según un informe de Havas Media la radio es el medio más creíble para los españoles. En un entorno de infoxicación como el confinamiento, y con noticias y contenidos que pasan ante nuestros ojos a la velocidad de la luz, no es de extrañar que hayamos entrado en un proceso introspectivo que ha resultado en la vuelta a los básicos. Hemos abandonado toda resistencia para volver a los brazos del “medio hablado”, pero con alguna diferencia, porque lo que pasó, pasó.

Y sí, hablamos de la nueva niña bonita de internet: los podcasts. Llevan años peleando por nuestra atención, pero cuando nos hemos visto necesitados del confort y la tranquilidad para la reflexión, nos hemos volcado en ellos. Durante el primer semestre de 2020 la escucha de podcasts aumentó un 25% en España y un 53% en Europa. Pese a la situación complicada, no fueron los temas más ligeros los que despertaron más interés, sino que las categorías de ciencia, salud y bienestar, política, cultura y comedia fueron las que más crecieron según Voxnext. En paralelo, el mercado se adaptaba a una demanda disruptiva aumentando la producción de podcasts en español, que crecía un 94%.

Durante la pandemia hemos tenido tiempo para centrarnos en el storytelling: Netflix cerró 2020 con un 43% de la cuota de mercado en España y Disney + aterrizó con éxito en nuestro país, junto con muchas más plataformas de streaming bajo demanda. Y no solo hemos consumido historias de pago, también nos hemos alimentado de las de nuestro entorno.  Las videollamadas son parte de nuestra rutina, hemos pasado mucho más tiempo explicando nuestro día a día que antes y escuchando con atención las rutinas de ejercicios en casa de nuestros amigos. Hemos despertado un nuevo interés por la conversación mediada por pantallas, hemos aprendido a respetar los turnos de palabra en una videollamada y nos hemos vuelto mejores contadores de historias. 

Me toca sincerarme: en estos últimos 3 meses he recibido 1 GB de archivos multimedia a través de WhatsApp. Teniendo en cuenta que por mi salud mental no descargo automáticamente las fotografías, suponemos que una buena parte son notas de voz. Del azote de los audios de más de 30 segundos que fui, al broadcaster resignado en el que me he convertido en apenas un año, porque yo también he enviado unos cuantos. Al final, WhatsApp y la grabación de voz es uno de los tentáculos más largos del multitasking que nos ha brindado el teletrabajo. En esa multitarea es donde radica el éxito de los formatos de voz, que no requieren desviar nuestra vista y nos permiten seguir haciendo lo que queramos mientras consumimos los contenidos. De ahí proyectos en desarrollo como Clubhouse o Spaces. 

Clubhouse es una app en fase beta organizada entorno a clubes y salas de debate, en que los usuarios pueden tener un debate en tiempo real mediante notas de voz efímeras o simplemente participar como audiencia e intervenir cuando se les dé la palabra. La aplicación ya cosecha un millón de usuarios y acaba de ser lanzada en España con una estricta lista de espera para nuevos usuarios que no hayan sido invitados. La expectativa es muy grande.

La ambición de Clubhouse o Spaces de crear un espacio en que la voz esté generada en tiempo real por cualquier usuario está relacionada con esas ganas que hemos tenido todos de participar en un podcast o de intervenir durante una retransmisión unidireccional. Si antes llamábamos a la radio de madrugada (o éramos inconfesablemente adictos a los dramas y las palabras suaves) ahora podemos hacer realidad nuestra fantasía: abrir al público nuestros audios de WhatsApp, enviarle un audio a Oprah Winfrey y empezar a escuchar lo que tiene que decir el mundo para participar cuando queramos. Todo sin tener que mirar la pantalla o mientras buscamos más contenidos en otras fuentes sobre el tema del que se está hablando, un cambio enorme respecto a las redes del texto y la imagen.

La publicidad siempre ha sido un negocio de la economía de la atención. Los mejores mensajes, los más llamativos o los más personalizados han sido los que han conseguido que desviemos nuestra mirada o centremos nuestra atención en el breve espacio de tiempo que una marca tiene para convencernos. El modelo publicitario no cambia con las redes sociales, cuyo principal gancho para los usuarios es el contenido generado por los usuarios. Hacer circular ese contenido de una forma atractiva y adictiva para que, entre medias o durante, una marca nos confiese su amor. Lo bueno es que el audio ni siquiera necesita que llevemos nuestra mirada hacia nuestro enamorado, por lo que las nuevas vías de impacto publicitario basado en audio deben adaptarse a nuestra atención inquieta y apostar por formatos relevantes y más extensos que fidelicen más que un post en cualquier red social.

Sin embargo, todavía es muy pronto para saber si Clubhouse será la nueva red de nuestras vidas. Si bien es cierto que la exclusividad de los usuarios le da un toque premium que, junto con el formato debate, el contenido en voz y el diseño, puede hacer las delicias de cualquier cultureta, no debemos menospreciar la capacidad de adaptarse de las redes clásicas, que por algo llevan años siendo las plataformas sociales más grandes del mundo.

El liderazgo de TikTok todavía no se ha consolidado, la caída de Facebook no se ha producido y ahí sigue Twitter pese a los grandes problemas que ha tenido en los últimos años. Como apuntan las tendencias, el último año nos ha servido para empezar a superar el people talking without speaking, people hearing without listening que cantaban Simon & Garfunkel, estamos renovando nuestra confianza en la voz y encontrando consuelo en la melodía de entrada de nuestros podcasts de cabecera. Mejor vivirlo para que no nos lo cuenten.