La tecnología avanza a pasos tan gigantescos, que hay quienes hablan simultáneamente de la tercera y cuarta revolución industrial. La primera fue creada por avances en ingeniería, la segunda por la electricidad y las líneas de producción, y la tercera por la tecnología y ciencias de la información. Pero existen facciones que definen la tercera como el resultado de la impresión en 3D y el maridaje entre la informática y los átomos.

Otros que ponen énfasis en la robótica y la inteligencia artificial (IA). Y aún otros que hablan de la cuarta ola como el internet de todo, donde personas, electrodomésticos, drones, robots y otra suerte de artefactos están conectados en un sinfín de intercomunicaciones para realizar tareas programadas, generadas por algoritmos, o incluso aprendidas a través de IA.

Disculpad el derrame de definiciones, confieso que resulta confuso interpretar la catarata de cambios tecnológicos y clasificarlos en movimientos o tendencias. Lo cierto es que estamos asomándonos a una etapa en que la computación cuántica y la IA, acompañadas por la impresión en 3D y la conectividad de las cosas, comienzan a reemplazar el trabajo intelectual con máquinas y algoritmos. Si esto suena como un guion de ciencia ficción, os invito a considerar lo siguiente… La computación cuántica tiene la capacidad de procesar datos con una velocidad y certeza infinitamente superiores a las del cerebro humano. Agreguemos la IA, que sabe interpretar no sólo contenido sino también contexto, e incluso aprender y predecir con errores mínimos la probabilidad de distintos resultados.

Tal vez el ejemplo más simple que muchos de vosotros conoceréis, es el de los algoritmos publicitarios de Google AdWords. Google nos permite hoy en día enchufar nuestras webs a campañas que, con poca ayuda humana, eligen las palabras claves, desarrollan el contenido de los anuncios de búsqueda y optimizan las campañas en tiempo real. No es impensable que en un futuro no muy lejano estos algoritmos reemplacen parcial o hasta totalmente a los gestores de marketing digital.

De acuerdo, esto se limita al mundo digital. Pero ¿qué hay del mundo real? Es decir, la TV, la calle, las tiendas físicas, etcétera El IoT (o Internet de las Cosas) promete conectar todo. Sí, ¡todo! Las vallas publicitarias podrán indicar cuánta gente pasó por ellas y cuántas giraron sus cabezas para verlas y por cuánto tiempo. Lo mismo podemos decir de las góndolas en supermercados. Y de los mismos carritos del súper, que sabrán qué metemos en ellos, qué quitamos, y qué compramos en la caja. Más aún, el IoT podrá correlacionar las personas que han visto la valla publicitaria, más las que han visto nuestro video y/o el de la competencia en YouTube, y si han elegido nuestro producto, cuántas unidades han comprado y si han vuelto a comprar nuestra marca en un futuro. Todo ello basado en un sinfín de datos medidos y analizados de nuestras campañas —virtuales y reales— y redirigiendo nuestra inversión publicitaria virtual y real acorde. Es decir, tampoco es impensable que en un futuro algo más distante, la inteligencia artificial pueda dejar a muchos directores de marketing en la calle.

Si os sirve de consuelo, lo mismo sucederá con contables, financieros, directores de recursos humanos, médicos, abogados o políticos. Así como otras revoluciones industriales reemplazaron gran parte de la mano de obra humana, la revolución corriente, llámese tercera, cuarta o quinta, reemplazará la mano de obra intelectual. O como mínimo, la reducirá o minimizará.

No creo que la maquinaria robótica e informática acabe con el talento y la creatividad del intelecto humano. Pero sí está claro que las reglas del juego cambiarán radicalmente. Y será interesante ver cómo nos las arreglamos, no para justificar nuestros trabajos, sino para agregar valor en la próxima revolución industrial.