Ahora que empezamos a ver luz al final del túnel, que escuchamos tímidos patinetes en nuestras calles arrastrados por esos niños que aún no se creen estar fuera, ahora, es cuando más empezamos a listar todo lo que haremos cuando nuestra vida vuelva a la normalidad. O a la nueva normalidad.

Es cierto que los días en casa empiezan a ser menos duros, pero se siguen echando de menos muchas cosas que las videollamadas no pueden darte. No veo el momento de ver a mi familia y reír alrededor de una mesa, comer todos juntos un arroz caldoso y beber unas cervezas al sol.

En estos casi dos meses de encierro, la cocina se ha convertido en algo terapéutico. Nos ha servido para entretener, para cuidarnos y mantenernos fuertes frente “al bicho”, para intentar convertir nuestro salón en aquel otro lugar donde nos gustaría estar o para tener más cerca a mamá con alguna de sus recetas. 

Esa cocina también nos ha servido para echar una mano a los que más lo necesitaban. Hemos hecho la compra a nuestros vecinos mayores, hemos cocinado para sanitarios…hemos mandado un poquito de amor en forma de torrijas a algún vecino.

Nosotros, que siempre hemos llevado por bandera nuestro carácter latino, anhelamos el contacto y somos fieles a algo que era muy nuestro, y que el covid  no ha cambiado. El ayudar al otro.

Y ahora es cuando pienso, que cuando todo acabe, nos tocará seguir ayudando, esta vez a otros. A aquellos que tuvieron que echar el cierre y que nosotros, lo que les echamos es de menos. A aquellos lugares donde celebramos, donde nos reunimos, donde no nos sentimos solos. A aquellos generadores de vida social, de vínculo y de identidad con el barrio en el que vivimos. A nuestros bares. 

En mi lista de cosas que hacer, también está el tomarme una caña en La Colmada, en la calle Espíritu Santo, y comerme su tapa de ensaladilla. La hice en casa, pero no era igual.

Para Pilar, mi vecina de 88 años, será tomarse su cafelito en el bar como cada mañana. “En casa tengo café bueno, pero no es lo mismo…”- me decía el otro día. Y tiene razón, aunque lo intentemos, no es lo mismo.

Como tampoco son lo mismo las cenas virtuales o las paellas de domingo por Instagram. 

Nos toca esperar un poco más y, mientras lo hacemos, intentaremos comunicarnos con nuestra abuela a través de sus recetas, volveremos a hacer la tarta de queso de La Viña hasta que podamos comerla allí después de unos pinchos, celebraremos cumpleaños por Skype pero con la condición de hacerlo en Verbena Bar cuando nos dejen.

Porque no es lo mismo, claro que no. Pero nuestra forma de vivir y de sentir no la cambiará el covid. Volveremos, no se si más fuertes o distintos, pero volveremos. Y para entonces supongo que habremos entendido que la comunicación no sólo es a través de la palabra y que los que trabajamos para las marcas, deberemos desarrollar mucho más nuestra sensibilidad para saber cómo conectamos con las personas. Que la empatía ya era importante pero ahora se convierte en clave, en cualquier territorio, en cualquier marca. Que lo que hemos vivido, no se olvida.

Cambiarán las historias, pero no quienes hay tras ellas. La búsqueda del insight cercano, de lo humano y cotidiano. De lo que siempre nos ha gustado ver en publicidad. 

Así que vamos a ello, con más ganas y fuerza que nunca.