Algo de razón tendrán esos que dicen que a los españoles se nos reconoce de lejos por las voces que damos o los que afirman que somos el país del mundo con mayor densidad de bares por habitante. Aquí somos, por encima de todo, de salir y hablar. Y cuanto más alto y con más gente, mejor.

Pero si antes pasábamos el tiempo poniéndonos al día con un café mañanero en la oficina, comentando las jugadas del partido de ayer o contándonos las alegrías y las penas con unas cañas, ahora nuestra vida social también se ha quedado en casa. Limitada a lo que dan de sí cuatro paredes y, con suerte, un balcón. Pero ni siquiera eso ha impedido que sigamos de palique. Tan solo ha puesto a prueba todos y cada uno de los elementos de la teoría de la comunicación definidos por Lasswell allá por los años 40: quién dice qué, a quién, por qué canal y con qué efecto. 

Nos ha quedado solo un qué.

La pandemia se ha convertido en el tema estrella de todas nuestras conversaciones. Hemos hablado de la curva, las medidas de seguridad, el impacto que tendrá en nuestro bolsillo y las distintas fases de la desescalada. Un diálogo público analizado desde todos los puntos de vista que también ha provocado que expresemos más que nunca cómo nos sentimos. Nos hemos permitido soltar nuestra fuerza y apoyo un día, y nuestras preocupaciones y rabia al siguiente. Porque a muchos se nos estaba olvidando que está bien no estar siempre bien.

Con unos canales y efectos un tanto distintos.

Todo desde casa. Basta con encontrar un hueco en ella y ponernos cómodos para echar el rato en compañía. A nuestro nuevo lugar de quedadas lo hemos llamado Zoom y lo único que hemos necesitado para entrar a él es una cámara. Ese aparato que solíamos tener tapado con celo y que nos daba cierta sensación de vértigo al conectarlo es el mismo que durante estos días nos ha presentado al natural, sin filtros. Y, además, desde nuestro espacio más íntimo, por lo que hemos aparecido en pijama y despeinados, con la casa patas arriba y los niños o el perro dando vueltas a nuestro alrededor. Y no ha pasado nada.

Pero no nos hemos comunicado solo a través de una cámara. También lo hemos hecho a través de aplausos, todo un símbolo de homenaje a nuestros sanitarios, y de música, que ha viajado entre balcones para levantar el ánimo. Incluso a través de memes, que no han parado de multiplicarse y correr por los grupos de Whatsapp con el único fin de hacernos reír. Porque, aunque todos sabemos a estas alturas que la situación no es ninguna broma, también el humor nos viene bien para desestresarnos.

Y le hemos dado una vuelta a nuestros a quiénes habituales.

Han aparecido también en estas nuevas quedadas por vídeo aquellos a los que hacía tiempo que no veíamos por falta de tiempo e incluso nuestros mayores, a quienes hasta ahora no se les había pasado por la cabeza acercarse a una pantalla. 

Y, además, también hemos vuelto a hablar con nuestros vecinos, esos a los que antes casi ni saludábamos, para ofrecerles nuestra ayuda en notas pegadas en el portal. Y con todo el barrio. Hemos llenado de pancartas nuestras ventanas y balcones para transmitir a los cuatro vientos que todo va a salir bien. No solo no nos ha faltado nadie, sino que hemos sido muchos más.

Lo que no ha cambiado es nuestras ganas de comunicarnos.

El virus se ha llevado muchas cosas por delante, pero desde luego no ha hecho que nos callemos. Hemos hablado todo lo que hemos querido y más. Y, de paso, hemos descubierto nuevos canales, receptores y hasta mensajes con efectos que ya no esperábamos de nadie.

Habrá que ver si se mantienen en eso que hemos empezado a llamar nueva normalidad. De momento, a quienes trabajamos en alguna disciplina relacionada con la comunicación, esta cuarentena nos ha demostrado que la necesidad de comunicarnos es inherente a las personas y que todavía hoy, más de 70 años después de que Lasswell identificara los distintos elementos que la componen, no están agotadas todas las formas que ésta es capaz de adoptar para que sigamos unidos. Una oportunidad sin precedentes para que las marcas terminen por dar el paso de formar parte de esta conversación.