Recuerdo que hace, ejem, bastantes años, cuatro o cinco amigos estábamos viendo "El sentido de la vida", de mis adorados Monty Python. En la escena en la que el descomunal gordo se toma la oblea de menta y entra en erupción, la amiga estaba a mi lado, por cierto hoy publicitaria, se levantó y ya no volvió a entrar en toda la proyección. Al terminar la película nos la encontramos pálida en el vestíbulo del cine, todavía intentando recuperarse. La escena le había provocado un fuerte malestar físico.
Si tantas veces me he quejado de la dictadura de lo políticamente correcto, me resulta difícil defender que en un spot aparezca un sujeto vomitando a gráficos chorros sobre su recibo de la compañía telefónica. Lo siento. No defenderé que sea censurado, igual que nadie censuró, entonces, El sentido de la vida –que estaba calificada para mayores de 18 años-, pero seguiré sin comprender ni a la agencia ni al anunciante. ¿Es inteligente para una marca provocar asco a una quinta parte de la audiencia? ¿Quieren llegar con ello sólo a un público de recios de estómago? ¿Les compensarán los adolescentes varones, que seguro están encantados de ver cómo el tipo echa la pota, del zapping defensivo que hará otra parte de su público objetivo?Supongo que la clave está en la notoriedad extra bloque, es decir, en el hecho de que muchos, incluido yo mismo, estemos hablando de semejante disparate. Si es así, las preguntas deberían ser otras. ¿Creen el anunciante y la agencia que sólo con notoriedad indirecta pueden vender? Y si así fuera, ¿es ético perjudicar a la imagen de la publicidad solamente por conseguir notoriedad? ¿Y sin no funciona? Si tan convencidos están de que esa es la línea, lo lógico en ese caso sería que, en lugar de marcha atrás, redoblasen la apuesta. En ese caso prefiero no imaginarme qué es lo próximo que haría el buen señor sobre su recibo. Benetton, de la mano de Toscani, abrió la espita hace ya más de diez años, de la publicidad provocadora. Sus campañas eran aldabonazos en la conciencia de la sociedad, pero el hecho de que estuvieran firmadas por una marca provocó un fuerte debate sobre el fin y medios. En este caso la polémica es bastante más mezquina: ¿Hasta cuánto podemos desagradar a la audiencia para que los medios hablen de nosotros y suban nuestra notoriedad? Yo por lo pronto prefiero no citar la marca.