Con su lápiz, con su boli rojo, el imprescindible ASAP y con su firma RSR… tenía casi siempre claro lo que había que hacer, sabía el consejo que convenía e intuía cual era el camino necesario para crear opinión a favor del cliente: lo que no siempre entendía ese mismo cliente… al menos en un primer momento.
Estos días de echar de menos a Ramón nos han recordado muchos al publicitario importador de las formas de Madison Avenue, pero otros –y no pocos- nos acordamos del Ramón reinventado, al que a los 47 tacos le da la vuelta a una larga y fructífera carrera profesional en la publicidad y se atreve a lanzarse a una microscópica piscina --la de las relaciones públicas en España en 1990-- amparado en tres virtudes imprescindibles: su conocimiento de la naturaleza humana y las claves para incentivarla; su habilidad para traducir a una multinacional al país al que llegaba y su capacidad personal de disfrute, de sacar lo mejor de cada cliente, de cada cuenta,… para convertir el problema, la situación de crisis o el tostón en algo atractivo por lo que mereciese la pena luchar.
Sabía que tenía casi siempre razón y por eso no se lo ponía fácil a nadie, pero --gracias a ello--, cuando McDonald’s quiso ser también local, Ramón les llevó a Casa Paco a probar la carne de otra manera; cuando Ferdinand Piech quisó llevarse Seat (o cerrarlo), Ramón, apretado en el asiento de atrás del avión privado de VW, hizo como el que más para que no se fuese de España; y Valencia tiene uno de los puertos más seguros del Mediterráneo por el esfuerzo de Ramón en que la descarga de petróleo fuese impecable y aceptada… gracias a las –en sus manos-- eficaces herramientas de las relaciones públicas.
Y todo desde el método, la organización mental y profesional. La exigencia. No perdonaba el mus de los viernes en Daroca pero mucho menos una falta de ortografía, la falta de agradecimiento al periodista que había publicado una información precisa o la frase grabada al fuego: “¿He puesto por escrito lo que acabo de hablar por teléfono?”. El folio, el fax, el e-mail volvía corregido en rojo y con la lección enseñada (el sujeto, el verbo y el predicado) y el cliente sabía que podía exigir pero que iba a ser a su vez exigido con el mismo criterio… y , si no, “¡que no nos hubiese contratado!”.
Ardor
Ese esfuerzo por la profesionalidad por encima de todo fue clave para que, con algún muy buen amigo personal y profesional, diese nacimiento y luego forma a ADECEC, la primera asociación de agencias de comunicación en España, en un ardor por dignificar su segunda profesión, a la que llegaba cargado de sentido común y experiencia y con un convencimiento absoluto de que ocuparía un papel esencial en la modernización de la comunicación en España.
De las pequeñas escuelas de grandes clientes donde reinó Ramón -CCD, Holmes & Marchant e Issues (qué valiente al poner ese precioso nombre… que había que explicar en cada presentación)- un rosario de aprendices fuimos capaces de crecer y multiplicarnos en este mismo negocio siguiendo su pauta de autoexigencia, reflexión y de ser capaces de “ponernos en los zapatos del cliente”. Una herencia viva –“green & growing”, como Ramón gustaba decir--, e imprescindible guía de conducta en tiempos tan turbulentos como los actuales.
Con orgullo puedo decir que soy uno de sus pescadores, Ramón me inventó una profesión.
Carlos del Hoyo es socio director general de Asesores de Relaciones Públicas y Comunicación