¿Creen en la homeopatía? ¿Confían en que el rastro infinitesimal de un elemento activo en una disolución es suficiente para hacer que nuestro organismo reaccione y se haga fuerte ante él? Si es así, están de enhorabuena, pues vivimos en plena expansión de la homeopatía cultural. Las disoluciones infinitesimales de cultura nos invaden jaleadas por los medios, que actúan como diluyentes. Así, vivimos en plena euforia de los micro relatos, los mini relatos en SMS, los haikus, los cortos y otros objetos culturales de tamaño reducido. Tan reducido que los medios pueden hacer de ellos objeto de todo tipo de concursos y conseguir así contenido con toda facilidad y sin coste alguno.
Esta homeopatía cultural es una fantástica noticia para los publicitarios. Antes, los realizadores se morían por hacer un largo y detrás de cada copy se escondía una novela genial que esperaba para emerger a ese momento (coartada en realidad) en el que su autor pudiera resguardarse del mundanal ruido en un pueblo de Las Alpujarras. Ahora ya no hay razón para desear lo que no se tiene. Lo que tienen los publicitarios les debería valer para triunfar en este entorno. Veinte palabras. Un concepto. Una historia en quince planos.
El otro día (25 de septiembre) se montó la mundial en Badajoz por culpa de un artefacto electrónico que llegó por correo a la Diputación. Varios edificios fueron desalojados y la policía requisó el objeto en cuestión. No se ha sabido más del suceso ni se ha dicho en qué consistía el peligroso cacharro. Yo se lo voy a desvelar en auténtica primicia: era un proyecto enviado al concurso de poesía experimental de la Diputación y consistía en un transmisor Morse y una partitura en ese lenguaje (la poesía). No, yo no era el autor, aunque lo conozco. Ya no hacen falta ni palabras. La homeopatía cultural ha llegado a un extremo en el que podemos sustituirlas por rítmicos pitidos y esperar que eso deje huella en nuestros sentidos.
Si les digo la verdad, yo personalmente no creo en la homeopatía y menos aún en la cultural. Y no es una cuestión del formato, sino de la calidad de lo que incorpora y la inanidad de su consumo. Un buen haiku lleva años de entrenamiento y merece ser saboreado con la misma lentitud. Y lo mismo podemos decir de un micro relato o un buen spot. Lo malo de esta homeopatía cultural no es que los formatos sean ligeros, sino que, confundidos por su aparente levedad, unos miles piensan que son capaces de dominarlos y unos cientos nos bombardean con el resultado. Y desde aquí yo llamo a los publicitarios para que acudan al rescate.
David Torrejón es director editorial de Publicaciones Profesionales