Seguramente lo recuerden: hace cinco años, Speedo lanzó el LZR Racer, un bañador de competición de cuerpo entero tejido en una fibra de estas super-atómica que aumentaba la flotabilidad y repelía el agua, de tal manera que era ponértelo (si conseguías embutirte en él y no parecer el padre de "Los Increíbles", como hubiera sido mi caso) y parecer que nadabas con una hélice situada donde la espalda pierde su casto nombre.

Según nos informa esa fuente de sabiduría contrastada que es Wikipedia, tras su lanzamiento y vistos los increíbles resultados que se fueron consiguiendo por nadadores que eran más Michel Salgado que Zinedine Zidane, casi todos se pasaron al LZR Racer. En los Juegos Olímpicos de Pekín un 94% de los nadadores lucieron el trajecito y se llevaron el 98% de las medallas.
Un año después y tras 93 récords del mundo batidos, la FINA (y segura, si no lo escribo, reviento) prohibió el uso de los LZR Racer y los nadadores volvieron a los pantalones natatorios de toda la vida, solo que un poco más largos de lo habitual.


Estoy seguro de que los récords no se batieron por el bañador, se batieron por la calidad y el curro de los nadadores que los vestían. Y también estoy seguro de que, en un principio, los early adopters de los LZR Racer tuvieron una ventaja competitiva enorme pero luego, cuando se universalizó el uso, volvieron a ganar los que braceaban con mayor profusión.


Pues esto de los bañadores me pasa a mí con los videocasos de las campañas en los festivales. Cuando se empezaron a utilizar, parecían una gran idea: te permiten contar el contexto social/económico en el que se desarrolla una campaña y apoyarla con datos relevantes para que el que vea la idea se entere mucho más de qué va la vaina. Pero, amigos, todo tiene un límite y lo que debería ser información adicional/complementaria se ha convertido, en muchos casos, en un maquillamiento de la idea que, como los bañadores, hace que aumente de manera demasiado evidente su premiabilidad.


Porque la gran realidad es que algunas campañas necesitan un videocaso y otras no. Ni un board, si me apuran. Y esto se ha pervertido de tal manera que si haces un flyer molón, te tienes que currar un vídeo que explique “el tremendísimo reto que ha sido poder llevar a cabo este ‘flyer’ con la que está cayendo” “logrando que un 67,5% del público objetivo fuera impactado por ambos lados de la octavilla” mientras vemos con una GoPro como un sujeto le da la vuelta al flyer en cámara lenta para leer el reverso.


Me dirán ustedes, y tendrán toda la razón, que ya estamos en esa etapa en la que TODOS estamos utilizando los mismos bañadores y que, por tanto, los resultados finales deberían ser los mismos que si no los utilizamos. Y que si una campaña es una jena, por muy bonita que sea la caja que la envuelve…


Pues seguramente. Pero me parece que hay algo de perversión del sistema en todo esto. Y de gastar tiempo y dinero, para qué nos vamos a engañar.

A pelo


Así que me gustaría proponer a la inexistente Federación que gobierna los Festivales, que haga que desaparezcan los videocasos como evidencia en los juicios creativos. Que las campañas se vuelvan a juzgar a pelo. Que los spots se vean, las webs se naveguen y los envíos de marketing directo se abran. Sin videocasos que armstronguicen las ideas.

Ya sé que va a ser que no. Así que, a ver si me consiguen ustedes un sponsor para crear el Festival SIN, el primer festival de publicidad mundial completamente natural sin videocasos, colorantes ni aditivos. La gala se celebraría en El Algarrobico y la presentaría Yurena.